Nauplia, la joya de la Argólida

Recorrer el Peloponeso y no parar en Nauplia es perderse una de las ciudades con más encanto de toda Grecia. Sus calles empedradas, sus palacios venecianos, su precioso camino de ronda que bordea todo el cabo, así como su animado paseo marítimo lleno de terracitas acogen al visitante y le hacen sentir como en casa. 


La ciudad de Nauplia está a 5 kilómetros de Tirinto, en el golfo de Argos, y constituye la capital de la prefectura (o provincia) de la Argólida, en la península del Peloponeso. La fortaleza de Palamedes y la roca del Acronauplio dominan la ciudad, mientras que en medio de la bahía se alza vigilante el pintoresco y misterioso islote de Burtsi con su misterioso castillo. Si se desea explorar el peloponeso, Nauplia es el lugar perfecto para hacer un alto en el camino, además de constituir un buen lugar donde establecer la base de operaciones de cara a visitar los yacimientos arqueológicos más importantes de los alrededores como Tirinto, Argos, Micenas, Acrocorinto y Epidauro.

Historia de la ciudad
La leyenda cuenta que la ciudad fue fundada por Nauplio, hijo de Poseidón y Amimone, hábil navegante que tomó parte en la expedición de los Argonautas. Las excavaciones han confirmado que la villa estaba habitada ya en época prehistórica y se han descubierto tumbas de tolos micénicas en la vertiente noreste de la fortaleza de Palamedes. Hasta el siglo VII a.C. la ciudad era autónoma, sin ser uno de los núcleos más importantes de la región. Poco antes de finales del siglo VII, durante la segunda guerra de Mesenia, Nauplio se alió con Esparta, rival de Argos. Nauplio resultó destruida por los argivos quienes la convirtieron en su puerto militar y comercial. Como resultado de ello sus habitantes emigraron a Mesenia instalándose en Motone (Modón). En época helenística, Nauplio se convirtió en una ciudad importante y, a finales de siglo III a.C., es cuando se fortificó la escarpada colina del Acronauplio. Sin embargo, en época romana la ciudad fue abandonada.

Nauplio comienza a cobrar importancia en época bizantina y en el siglo XII el Acronauplio es fortificado de nuevo. En 1210, pese a la heroica resistencia de León Sgurós, la ciudad es conquistada por los francos. En 1389 pasa a estar ocupada por los venecianos, que reforzaron las fortificaciones y construyeron sus propias murallas, coronadas con el león de san Marcos. En 1540 pasa de los venecianos a los turcos, pero Francesco Morosini la reconquistó en 1686 y fortificó la colina de Palamedes, accesible desde el Acronauplio por una escalinata de 857 peldaños. En 1715 los turcos volvieron a apoderarse de la ciudad junto con sus dos fuertes y el islote de Burtsi, fortificado antes por los venecianos. Después de la independencia de Grecia, Nauplio se convirtió en la primera capital del país, donde fijó su residencia el gobernador, Juan Capo d´Istria y en 1833 desembarcó el rey Otón, el cual transferiría la capitalidad del nuevo reino a Atenas. En 1831, el conde Capodistrias, primer presidente de la Grecia moderna, fue muerto a balazos en Nauplia por sus rivales políticos.

En la actualidad poco queda de los cuatro fuertes sucesivos que ocuparon el Acronauplio. En la muralla veneciana aparecen fragmentos de la muralla antigua, mientras que las construcciones bizantinas han desaparecido en su mayoría por las ampliaciones y transformaciones venecianas. El muro este, en la forma que hoy se le conoce, data de la época de la restauración de Morosini.

La imponente Palamedes

Desde el puerto de Nauplia la fortaleza de Palamedes se contempla en toda su magnitud. Situada en lo alto de una montaña, subir a ella parece bastante inaccesible. Si miramos con atención la montaña, veremos que existe una escalinata que conduce a la fortaleza. Son 857 peldaños. Desde esta parte de la ciudad parece imposible poder subir de otra manera, suerte que una carretera sube hacia ella por su parte oriental porque hace falta armarse de valor para subir semejante escalinata con el calor que hace en pleno mes de agosto.




La fortaleza de Palamedes, que domina todo el golfo de la Argólida, es una enorme ciudadela veneciana construida entre 1711 y 1714 y debe su nombre al héroe homérico Palamedes. Fue diseñada para soportar la artillería de su tiempo, pero cayó ante los otomanos en 1715, después de tan sólo una semana de asedio, y ante los rebeldes griegos liderados por Staikos Staikopoulos el 30 de noviembre de 1822, tras una campaña de 18 meses.

Palamedes constituye el complejo más grande de este tipo en Grecia. Comprende una muralla con siete fortalezas autosuficientes, ahora con nombres de héroes griegos. El fuerte Andréas era el cuartel veneciano, con un relieve del león de san Marcos sobre la entrada. La plaza de armas, desde la que se divisa Nauplio a escala de juguete, ofrece una de las mejores vistas del país. En la cima hay un octavo fuerte, construido por los otomanos, que da al sur, a la playa de Karathóna.

El misterioso Islote de Burtsi

Frente a la ciudad vieja de Nauplia se alza entre las aguas el Islote de Burtsi. Los venecianos fortificaron el islote en 1471, durante la segunda ocupación veneciana y hasta 1930 fue la residencia del verdugo local. El elemento principal es una torre poligonal coronada por una plataforma para cañones. Su objetivo era proteger el único paso navegable de la bahía; de hecho, el canal se podía cerrar extendiendo una cadena desde la fortaleza a la ciudad. 



Otros lugares interesantes a visitar en Nauplia, son: el Museo Arqueológico, donde se exponen piezas de yacimientos locales, como Tirinto, situado en la plaza central de la ciudad, instalado en un elegante edificio neoclásico del casco antiguo; y el Museo de Arte Popular, dedicado principalmente al arte téxtil. Este segundo museo presenta una extensa colección de trajes populares locales expuestos junto a joyas y armas, así como una valiosa colección de instrumentos para tejer.

Finalmente, tras visitar sus fortalezas y museos, una manera ideal de despedir Nauplia consiste en dar un paseo por su camino de ronda bordeando el mar, darse un baño al atardecer en sus playas, tomar un helado en una de las numerosas terrazas que pueblan el paseo marítimo, con sus cómodas butacas de mimbre bajo la sombra de amplios parasoles, explorar sus empinadas calles y terminar el día cenando en la terraza de una de sus múltiples tabernas comiendo una mousaka o una buena mariscada acompañada del vino local y disfrutando de la tranquilidad que ofrece esta bella y elegante ciudad griega.



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