Copenhague y sus canales


El crucero por las Capitales Bálticas comenzaba en Copenhague. Llegamos en avión un día para visitar la ciudad, alojándonos en un hotel cercano a la estación de tren. En nuestro recorrido por la ciudad pasamos junto al Tívoli, el parque de atracciones de la ciudad. Situado en pleno centro de Copenhague, el Tívoli se inauguró en 1843, y nos sentamos en una terraza a tomar un refresco para descansar un poco del viaje.


Después de esta pequeña pausa, en la que, con el plano en la mano, había trazado una ruta por el casco antiguo, comenzamos la visita de la ciudad en la Plaza del Ayuntamiento. Una plaza muy amplia en la que se estaba organizando un concierto con motivo de algún festival musical. Pudimos ver desde lejos el edificio del Ayuntamiento y, junto a él, la escultura dedicada a Hans Christian Andersen, escritor y poeta danés del siglo XIX, famoso por sus cuentos infantiles, situada en la avenida que lleva su nombre. Christian Andersen fue el autor, entre otros de El patito feo, La sirenita, El sastrecillo valiente y La reina de las nieves. Paseamos por su avenida, H.C.Andersens Boulevard, en la que vemos a nuestra derecha las atracciones del parque del Tívoli, y giramos por la calle Storm (Stormgade) a la izquierda, pasando junto al Museo Nacional.

Las calles en Copenhague son muy amplias. Llama la atención lo limpias y tranquilas que están. Los ciclistas tienen habilitado un carril bastante amplio por donde pueden circular sin problemas y, la verdad es que es muy utilizado. Es una ciudad con poco tráfico, puede que también tenga algo que ver que es agosto. La cuestión es que paseamos con mucha seguridad por sus calles. Contemplando sus edificios de colores hasta que llegamos a uno de los muchos canales que cruzan la ciudad. Hemos llegado al Castillo de Christiansborg. Lo rodeamos sin entrar y llegamos a un elegante edificio de ladrillo, ante el cual se extiende un jardín precioso, con un estanque en el centro. Es la Biblioteca. Un lugar ideal para estudiar, cerrado por edificios, en el que los padres acuden con sus hijos y se tumban en el césped a disfrutar del buen tiempo que hace. Y es que, hace un sol y un calor inusuales en estas fechas. Esperábamos encontrar frío y nubes y hemos tenido la suerte de tener buen tiempo.

Bordeamos la Biblioteca y salimos a una carretera junto a la que circula un amplio canal. Lo seguimos cincuenta metros y volvemos a girar hacia la izquierda, de vuelta al centro de la ciudad, por Slotsholmsgade. Volvemos a encontrarnos con la fachada de Christiansborg, pero esta vez cruzamos un pequeño puente hacia una plaza en la que destaca su impresionante aparcamiento de bicicletas, totalmente saturado. Y seguimos por una calle peatonal, perpendicular a Stroget -la avenida comercial más importante de la ciudad-, porque junto a ella se alza una torre de ladrillo. Nos acercamos. Se trata de la Torre Redonda (Rundetärn), el observatorio más antiguo de Europa. Construido por Christian IV en 1642, el edificio forma parte de un complejo escolástico que incluye una biblioteca universitaria (hoy en día una galería de exposiciones) y una iglesia de estudiantes. Nos paramos a su entrada y decidimos pagar por subir a su mirador para contemplar Copenhague desde las alturas. Subimos por una rampa en espiral de 209 metros que conduce a lo alto de la torre, situada a 35 pies del nivel del suelo, desde donde contemplamos unas excelentes vistas del casco antiguo de la ciudad. Desde aquí, intentamos adivinar desde donde saldrá el barco al día siguiente e identificamos los lugares por donde hemos pasado.

Después de diez minutos bajamos de nuevo la torre y continuamos callejeando por sus amplias y prácticamente desiertas avenidas. El silencio impera en el aire. Pasamos junto a varios restaurantes y llegamos de nuevo a Stroget, en la que encontramos el Museo Guiness de los Récords. Seguimos esta avenida hasta llegar a una gran plaza. La cruzamos y llegamos a una de las zonas más conocidas de Copenhague, el barrio de Nyhavn (Puerto Nuevo), situado junto al canal. Sus coloridas casas del siglo XVII, albergan en sus bajos numerosos restaurantes y cafeterías con mesas en el exterior. Frente a ellas, la juventud se sienta en el suelo de la ribera, frente a las terrazas, bebiendo cervezas y viviendo su particular fiesta. Junto a ellos, diferentes barcos están amarrados a su puerto, con sus altos mástiles y sus velas recogidas.

Comienza a anochecer y el hambre se hace notar. Entramos en uno de estos restaurantes y pedimos mesa para nueve. Dos camareros muy simpáticos y de muy bien ver, la verdad, nos traen la carta y pedimos, casi por unanimidad, salmón ahumado, tan propio de los países del norte de Europa, y carne de segundo. Todo está buenísimo.

Ya saciados, volvemos sobre nuestros pasos hacia el hotel. Llegamos a la avenida principal y la seguimos hasta el final. En ella, ahora que ya es de noche, observamos gran cantidad de pubs irlandeses con conciertos en vivo en su interior. Seguimos la calle, que desemboca en la Plaza del Ayuntamiento, pasamos de nuevo junto al Tívoli y llegamos a los alrededores de nuestro hotel. Una zona, por cierto, en la que vemos muchos bares de alterne, con espectáculos eróticos, tiendas de artículos sexuales, y un ambiente un poco inseguro para salir de noche. Así que decidimos subir a la habitación y descansar para el día siguiente, en el que embarcaremos al crucero.

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