Gdansk, una ciudad milenaria


Nuestro primer despertar en el barco fue muy bueno. El mar estaba en calma. Nos levantamos pronto, sobre las ocho y media, y subimos a desayunar a la cubierta panorama, donde servían buffet libre. En el restaurante nos percatamos que estábamos llegando al puerto de Gdynia, en Polonia. 

Pero antes de empezar la excursión, por los altavoces del barco la directora de crucero nos informó que esa mañana íbamos a realizar un simulacro de emergencia. Debíamos dirigirnos a nuestros respectivos camarotes, buscar el chaleco salvavidas y colocárnoslo correctamente. Cuando tocara la señal de emergencia debíamos salir de los camarotes y dirigirnos al salón cabaret donde esperaríamos instrucciones. Todos los pasajeros aparecimos en el salón brillando con los reflectores de los chalecos. Allí aprovecharon para hacernos la segunda foto del crucero, que más tarde podríamos ver y comprar si lo deseábamos en la galería fotográfica del barco. Desde el salón, ordenadamente y en fila de uno debíamos seguir las indicaciones y salir a una cubierta lateral. Allí, la tripulación nos iba colocando de manera ordenada bajo los diferentes botes salvavidas, donde debíamos permanecer quietos hasta nuevo aviso. Finalmente, sonó la bocina de fin de simulacro y cada pasajero volvió a su camarote para dejar los chalecos salvavidas y prepararse para la excursión del día. a Gdansk, una ciudad a 25 km del puerto. Decidimos hacer la excursión con el barco para ahorrarnos quebraderos de cabeza con el tema taxis y horarios.

Atracamos en puerto sobre las doce del mediodía y la excursión estaba programada para la una y media. Tras reunirnos todos en el salón donde la noche anterior disfrutábamos del espectáculo, con nuestra tarjeta magnética en una mano y el recibo de la excursión en la otra, desembarcamos en el muelle de Gdynia. Un muelle bastante industrial y poco vistoso, rodeado de edificios viejos, chatarra y calles desoladas. Junto al barco nos esperaban media docena de autocares contratados por el barco y, a su lado, toda una hilera de taxistas dispuestos a llevar al pasaje que quisiera hacer la excursión por libre a la ciudad. 

Subimos a uno de los autocares e iniciamos el trayecto hacia Gdansk. El guía, un señor polaco que hablaba un perfecto español, nos explicó que tardaríamos una hora y media aproximadamente en poder efectuar los 25 km de separación entre las dos ciudades por el intenso tráfico de las carreteras. Mientras, para entretenernos, fue introduciéndonos un poco en la historia de la ciudad que íbamos a visitar.

En el trayecto, pasamos junto a la Catedral de Oliwa, famosa por su órgano del siglo XVIII, situada en un barrio a las afueras de Gdansk. No obstante, no nos detuvimos porque nosotros sólo habíamos contratado la excursión de la ciudad, denominada “Sensaciones de Gdansk”. La verdad es que con ese título no sabíamos lo que nos enseñarían pero íbamos animados por conocer la ciudad polaca.

Sobre las once de la mañana bajamos del autocar junto al casco antiguo de la ciudad y continuamos el recorrido a pie callejeando. La primera parada fue en un puente que daba acceso a la ciudad vieja y que cruzaba el río Motlawa. Frente a nosotros encontramos la entrada al corazón del casco antiguo, la Puerta Verde. (aunque se ha de mencionar que de verde no conserva nada). Construida en el siglo XVI, estaba destinada a ser la residencia de los monarcas que visitaban la ciudad. Actualmente es uno de los edificios del Museo Nacional y alberga muchas exposiciones. A ambos lados de la orilla del río se alzaban preciosas casitas de colores, de tejados bajos a dos aguas. Al final de esta hilera de fachadas se distinguía un edificio de madera que reposa junto al río Motlawa, era la antigua Puerta-Grúa medieval.  

Construida en el siglo XV, en ladrillo y madera es parte del museo marítimo y sirvió como muelle de carga y lugar donde se arreglaban los desperfectos de los barcos, sobre todo de los mástiles. Actualmente acoge parte del Museo Marítimo.

Tanto en el puente como en sus alrededores, habían decenas de paradas ambulantes que ofrecían al turista ámbar y otros souvenirs del país. Pasamos bajo el arco de entrada de la Puerta Verde y continuamos el paseo por Dlugi Tard, la calle principal de la ciudad, con el Ayuntamiento al fondo. El mercadillo seguía a lo largo de toda la avenida, flanqueada por preciosos edificios de color pastel de estilo gótico, renacentista y barroco. El guía nos explicó que tras los destrozos ocasionados por los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, estos edificios fueron totalmente restaurados y, hoy en día, una de las fuentes de ingreso principales del país es el turismo. 

 Durante el paseo por esta avenida, nos detenemos en varios edificios, especialmente importantes y destacados por el guía: la Casa de Oro, la Casa Nueva del Tribunal y la Casa Señorial de Artus. La calle está llena de visitantes y de paradas ambulantes de souvenirs que intentan llamar la atención del turista para que les compren algún objeto típico del país. El guía nos informa que el centro histórico es una zona donde los carteristas actúan con frecuencia por la gran cantidad de visitantes que atrae así que nos advierte que tengamos mucho cuidado y no perdamos de vista nuestros bolsos y mochilas.
  
Pasamos junto a la Fuente de Neptuno, dedicada al dios griego, que aparece esculpido con el pelo ensortijado y su tridente amenazador en las manos. Esta fuente, del siglo XVII, es un símbolo de la unión de Gdansk con el mar y a la vez un bello adorno del mercado municipal. Junto a ella se alza el edificio estrella de la avenida, la Torre del Ayuntamiento principal de la ciudad, con su reloj solar. Un edificio de ladrillo rojo de gran altura, que actualmente es la sede del Museo de Historia de la ciudad. 
Nos desviamos de Dlugi Tard por una estrecha calle situada junto al Ayuntamiento, apartándonos de esta manera del bullicio, y paramos en la avenida Mariacka, una calle comercial con mucho encanto situada junto a un mercado de arte. Continuamos el recorrido hacia la Catedral de St. Mary’s o Iglesia de Nuestra Señora de Gdansk, la iglesia medieval de estilo gótico más grande del mundo construida en ladrillo, en la que se pueden acomodar unos 25.000 feligreses. Está situada en el centro de la ciudad vieja y su construcción duró 159 años. Su sencillo exterior esconde un interior espacioso y brillante con grandes ventanas y más de 30 capillas bellamente decoradas. Entramos y nos sorprende su interior, sencillo, blanco y sin apenas ornamentación. El suelo está cubierto por antiguas lápidas y en su crucero encontramos un asombroso reloj astronómico del siglo XV, completado por el ciclo zodiacal y un santoral. La iglesia ha sido totalmente reconstruida y alberga un reloj astronómico, una madona llamada “Madonna Apocalíptica” y un precioso altar mayor.

Salimos de Santa María a la calle Piwna y nos dirigimos de nuevo a Dlugi Targ para acercarnos a la Puerta Dorada, en el extremo opuesto a la Puerta Verde. Pasamos por debajo y salimos a una gran plaza, ocupada por una gran carpa y un escenario en su lateral. En esta plaza se encuentra la antigua prisión, una torre de ladrillo rojo.
En este punto, el guía da por concluida la visita a la ciudad y nos deja media hora escasa de tiempo libre para que paseemos o tomemos algo en una de las muchas terrazas que hay en la calle. Optamos por cambiar algo de dinero, comprar postales de recuerdo y acudir directamente al punto de encuentro con el guía, el puente por donde hemos entrado a la ciudad vieja. Allí merodeamos por el mercadillo y curioseamos los escaparates de las tiendas de ámbar, tan numerosas por el Báltico.

Tras tres cuartos de hora, volvemos al autocar y emprendemos el viaje de regreso al barco. En el trayecto pasamos junto a la Plaza de la Solidaridad, en cuyo centro se alza el Monumento de las Víctimas de Diciembre de 1970. En esta plaza empezó la lucha por la libertad y la democracia en Europa Central.
 
Durante el recorrido pasamos de nuevo por el barrio de Oliwia, con sus casas bajas, y divisamos a nuestra derecha, tocando al mar, unos edificios enormes donde centenares de vecinos conviven apiñados en sus pequeñas viviendas, similares a colmenas. El viaje duró una hora. Muchos pasajeros aprovecharon y echaron una cabezadita; otros contemplamos el paisaje hasta la llegada al muelle de Gdynia. Junto al barco habían montado un improvisado mercadillo de ámbar donde los vendedores intentaban convencernos para comprar colgantes, pulseras y pendientes de este material. No nos paramos porque estábamos cansados. Subimos al barco y merendamos en la terraza del restaurante, orientada a Gdynia, antes de volver al camarote a descansar.


El barco zarpaba a las siete de la tarde rumbo norte hacia la isla sueca de Gotland, situada en medio del Mar Báltico, y en cuya capital, Visby, atracaríamos al día siguiente. Tras reponernos, quedamos todos en la discoteca del barco, donde, alrededor de la pista de baile estaban dispuestas mesas donde tomar algo o, en nuestro caso, ejercer como tapete para jugar a cartas. De esta manera, pasamos la tarde hasta que, sobre las ocho, decidimos volver al camarote a arreglarnos para cenar. Según el diario de a bordo, la vestimenta sugerida para la noche era Retro, un término nada claro así que nos vestimos elegantes pero informales.

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