San Petersburgo al Completo

Todas las escalas en el barco eran de un día pero en San Petersburgo el crucero pernoctaba en el puerto así que la mañana siguiente nos levantamos dispuestos a seguir conociendo la ciudad. Entre las diferentes excursiones organizadas por el crucero, escogimos “San Petersburgo al Completo”, título que invitaba a pensar que no nos perderíamos nada digno de ver en de esta capital.

La salida era temprano, sobre las ocho y media de la mañana. Esta vez en la aduana no nos pidieron la fotocopia del pasaporte porque ya la tenían del día anterior, pero tuvimos que volver a enseñar el pasaporte y el billete de la excursión. Una vez pasado este trámite subimos al autocar con el deseo de tener la misma guía del día anterior, pues habíamos quedado muy contentos con ella al ser tan diligente y clara en sus explicaciones. No fue así. Sin embargo, la nueva guía resultó ser igual de competente e incluso más simpática.


La ruta comenzaba con la visita a la Fortaleza de San Pedro y San Pablo que, personalmente, me decepcionó. Construida en una pequeña isla en el río Neva, se considera que la fundación de la fortaleza en 1703 por orden de Pedro el Grande marca la fundación de la propia ciudad. La fortaleza se construyó primero de madera y posteriormente fue reconstruida en piedra y en ella se encuentran las tumbas de los monarcas de la dinastía Románov.

Externamente la catedral es muy diferente al modelo de arquitectura de iglesia ortodoxa rusa, con sus torres en forma de cebolla. Pedro el Grande, que no quería seguir la arquitectura tradicional de la iglesia rusa contrató a Domenico Trezzini, quien realizó una obra maestra barroca de singular elegancia. El campanario sirvió a Pedro para supervisar la construcción de su nueva ciudad. Las obras de construcción de la iglesia comenzaron en 1712 y no fue hasta 1733 cuando finalizaron. La aguja dorada del chapitel, de 122 metros, está coronada por una veleta con forma de ángel y fue el punto más alto de San Petersburgo hasta 1960, década en la que se construyó la antena de televisión.


El interior, decorado con arañas relucientes, columnas corintias en rosa y verde y amplias bóvedas, tampoco tiene asientos para los fieles como toda iglesia ortodoxa, sin embargo dista mucho de la decoración de las iglesias ortodoxas rusas tradicionales. El protagonismo lo tienen indiscutiblemente las tumbas de los diferentes emperadores que gobernaron Rusia los siglos XVIII, XIX y XX. Tras la muerte de Pedro, en 1725, la catedral se convirtió en última morada de los zares. Todos los sarcófagos son de mármol de Carrara blanco, excepto los de Alejandro II y su esposa María Alexandrovna, que están cincelados en jaspe de Altai y rodonita de los Urales. Esta diferencia en el material de construcción se debe a que fue Alejandro II quien liberó a los esclavos en 1861 y el pueblo ruso le tiene un especial afecto por ello.

Los restos de Nicolás II, su familia y criados disponen de una capilla propia desde 1998, año en que fueron enterrados en la catedral En esta capilla también se encuentra la tumba de Anastasia, la famosa niña que según la leyenda escapó de la masacre de su familia. Anastasia fue hallada muerta junto al resto de su familia y criados en 1918 y llevada a esta iglesia, donde les enterraron. El sepulcro de Pedro el Grande, con un busto de bronce al que no le suelen faltar flores frescas, está a la derecha del iconostasio.

Una vez en el exterior de la iglesia, nos acercamos al monumento erigido en memoria de Pedro el Grande, en el costado derecho de la iglesia. Una estatua desproporcionada en la que la cabeza del zar es mucho más pequeña que el cuerpo, enorme. Con la visita a esta estatua la guía da por concluida la visita a la Fortaleza. La verdad es que imaginaba que entraríamos dentro de alguno de los edificios de la fortaleza pero no fue así y no pudimos ver los edificios colindantes a la catedral.


Desde allí, el autocar nos conduce a una tienda de souvenirs donde poder comprar recuerdos. Es una manera de perder tiempo que podríamos aprovechar para ver más monumentos pero parece que es una parada indispensable para la guía. De aquí, nos dirige a la Iglesia de San Salvador de la Sangre Derramada, situada junto al canal Griboedova, donde nos deja bajar del autocar cinco minutos para hacer fotografías. Externamente la iglesia es preciosa y muy colorida. Totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados los europeos. La decoración externa emula el estilo tradicional ruso del siglo XVII, que se caracterizaba por sus mosaicos llenos de colorido y las tallas en piedra muy elaboradas. Tras hacer la correspondiente foto y presenciar un robo por parte de un carterista volvemos al autocar sin tiempo de ver su interior. La Iglesia de la Sangre Derramada se levantó en el lugar donde fue asesinado el zar Alejandro II, el 1 de marzo de 1881. En 1888 su sucesor, Alejandro III, convocó un concurso para realizar un monumento en su recuerdo. De hecho, en la parte inferior de su fachada están grabados, con letras de oro sobre veinte placas de granito rojo oscuro, los acontecimientos más notables del reinado de Alejandro II entre los que se menciona la emancipación de los siervos y la conquista de Asia central.

El conductor, siguiendo instrucciones de la guía, vuelve a llevarnos a otra tienda de souvenirs. Otra parada pactada para que miremos recuerdos de Rusia para la familia y amigos. En esta tienda vemos infinidad de matriuskas, gorros de pilotos, y otros tantos elementos supuestamente decorativos pero finalmente inútiles en casa.


Tras esta parada de media hora volvemos al autocar y nos dirigimos a uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la Catedral de San Isaac, una de las más grandes del mundo. La primera construcción se empezó en 1710, cuando se levantó una iglesia de madera en honor de San Isaac de Dalmacia. A este santo se le consideró el santo patrón de Pedro el Grande, porque este zar ruso nació en el día de San Isaac.

No obstante, la Catedral actual es la cuarta construcción realizada en el mismo lugar como iglesia. A principios del siglo XIX Alejandro I aprobó el proyecto del arquitecto francés Auguste de Montferrand, recién llegado de París, y fue consagrada en 1858. Sin embargo, a lo largo de su historia ha servido para diferentes fines, entre ellos, como museo de ateísmo durante la era soviética. Actualmente aún funciona como museo y conserva en su interior cientos de magníficas obras de arte del siglo XIX.

Pero si su exterior impone, su interior tampoco deja indiferente al visitante. En este monumento arquitectónico todo sorprende, su gran cúpula, la esculturas y los bajorelieves, los dorados, y la gran variedad y calidad del mármol utilizado en su construcción. El vasto interior ocupa 4000 metros cuadrados, sus muros están cubiertos por mármoles de 14 colores y otros 43 tipos de piedras y minerales semipreciosos, y puede albergar a 14000 fieles. En un rincón de la iglesia se halla expuesta una maqueta que muestra el modo como se consiguió alzar la catedral. Se incrustaron en la marisma sobre la que fue construida unos cimientos de 24.000 pilotes de madera para que sustentaran las 300.000 toneladas de peso. Se llegaron a transportar hasta el lugar 48 columnas enormes traídas desde Finlandia en buques. Como toda iglesia ortodoxa hay ausencia de bancos para rezar y la capilla de Santa Catalina centra toda la atención, enmarcada entre columnas de malaquita y lapislázuli. Y es que la catedral está decorada con 16.000 kg de malaquita. La guía también se detiene en las grandes puertas del templo, realizadas en roble y bronce, que pesan 20 toneladas, decoradas con relieves que representan escenas de la vida de Cristo y de los santos, entre ellos de Alexandr Nevski (derrotó a los suecos en 1240), así como en la capilla dedicada a Nevski en una esquina del edificio. En esta capilla las mujeres han de entrar con un pañuelo cubriendo su cabello, como marca la tradición rusa.

Una vez fuera de San Isaac, la guía nos deja una hora y media de tiempo libre para que almorcemos o visitemos los monumentos próximos con un plano que nos deja de la ciudad a cada pasajero. Nosotros decidimos ir a comer un bocadillo a la avenida Nevsky Prospect. La excursión continuaba con la visita al Hermitage, el museo más famoso de la ciudad, ubicado en el Gran Palacio de Invierno de los zares rusos. Es una lástima no haberlo podido ver (tuvimos un pequeño incidente en nuestro grupo), pues alberga más de 3 millones de obras de arte. En fin, la próxima vez será.

A las seis y media de la tarde el barco iniciaba la retirada del muelle, avanzando unos metros por el río Neva hasta conseguir la amplitud adecuada para poder dar la vuelta y salir de San Petersburgo por donde había entrado. Tras la maniobra pertinente, abandonamos la ciudad. Dos horas más tarde, tras un rápido vistazo de las vistas del muelle desde el balcón, desde el que se contempla infinidad de hierros en el andén, nos sorprende la palabra, escrita en cirílico, que recibe y despide al turista que llega a la ciudad en barco: Leningrado, nombre de la actual San Petersburgo entre 1924 y 1991. Palabra que no habíamos visto a la entrada de la ciudad al producirse esta de madrugada y estar el pasaje durmiendo.

El barco navega por el golfo de Finlandia y sus estancadas aguas rumbo a Helsinki, la última escala del crucero. El atardecer es precioso desde cubierta. El sol se oculta casi a las once de la noche y deja unas tonalidades anaranjadas en el cielo espectaculares. 


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