San Petersburgo I: Palacio de Peterhof

Al día siguiente, viernes, el crucero lanzó amarras en el puerto de la ciudad de San Petersburgo, denominada la “Venecia del norte” por sus canales navegables. No obstante, la ciudad ha cambiado de nombre a lo largo del siglo XX, llamándose Petrogrado desde 1914 hasta 1924 y Leningrado entre 1924 y 1991. Localizada en el delta del río Neva, en el extremo oriental del golfo de Finlandia, por el cual navegamos durante la noche procedentes de la ex–capital soviética de Tallin, San Petersburgo es la segunda ciudad más grande de Rusia y uno de sus más importantes puertos marítimos.

Ese día nos permitimos levantarnos un poco más tarde. Desde el balcón de la habitación, orientado hacia el lado del muelle por donde bajaban los pasajeros del crucero, se podía ver claramente el barco-aduana que separaba el crucero del muelle propiamente dicho. Para entrar en la ciudad rusa es necesario pasar por la aduana y enseñar el pasaporte, con una fotocopia del mismo que se quedaban en la aduana y el billete de la excursión que se realizaba con el barco en autocar. A cambio, los agentes rusos entregaban al turista un visado para permanecer un día en el país. El pasajero debía entrar y salir de Rusia con la excursión organizada en el horario indicado en el billete de la excursión y en caso de pérdida del visado o pasaporte el trámite para arreglar la salida del país se complicaba.

Tras pasar por el control de aduana y cruzar la pasarela, por fin pisamos suelo ruso a las doce del mediodía. A pocos metros del muelle esperaban una fila de autocares que conducirían a los pasajeros del crucero a las diferentes excursiones contratadas. En nuestro caso, subimos al autocar que nos llevaría al Palacio de Pedro el Grande y sus fuentes, en las afueras de San Petersburgo, también llamado Palacio de Peterhof.


El trayecto duró aproximadamente una hora durante la cual la guía rusa, hablando un perfecto español, nos fue explicando un poco de la historia de la ciudad así como los edificios y monumentos que veíamos desde el autocar. San Petersburgo es una ciudad vieja, destartalada, con las fachadas de los edificios deterioradas. Los bloques de pisos comunistas conservan y muestran al visitante la humildad con la que han tenido que vivir los rusos bajo el régimen soviético de Lenin y las calamidades que han pasado a lo largo de su historia. Durante la segunda guerra mundial la guía nos estuvo explicando que en los edificios soviéticos el Estado controlaba el sistema de calefacción y los rusos estaban sometidos a la voluntad de éste. Así en un mes de junio todavía podían estar con la calefacción funcionando mientras que no la volvían a encender hasta noviembre.

Desde el autobús, observamos que algunos edificios todavía conservan en lo alto de su fachada el símbolo del haz y el martillo comunista, signo de que todavía quedan restos del pasado que amenazan a sus habitantes y no les dejan olvidar aquellos años de pobreza y calamidades.

Ya en las afueras de la ciudad observamos barrios nuevos con edificios modernos y grandes parques donde sus vecinos aprovechan el buen tiempo para tomar el sol en el césped. Pasamos por delante del Palacio de Catalina la Grande así como por lo que será el futuro barrio chino de San Petersburgo. Parece ser, por lo que comentó nuestra guía, que existe una comunidad de chinos en la ciudad y están construyendo un barrio donde vivirán todos juntos. Actualmente se alza un edificio de cristales, delante del cual ondean múltiples banderas de China y a su alrededor se extiende un amplio recinto vallado dentro del cual están edificando el barrio.


Finalmente, tras una hora de recorrido, llegamos a la entrada del Palacio de Pedro el Grande, la ciudad de los palacios, las fuentes y los jardines, considerada la más brillante de todas las residencias de verano construidas por los zares rusos.

El recinto de Peterhof se encuentra rodeado por el parque Superior, el Inferior y el de Alexandria, siendo su extensión total 607 hectáreas. Bajamos del autocar, dejando en él las mochilas, tras la advertencia de la guía de la presencia en los jardines de carteristas dispuestos a robarnos el pasaporte, la cartera o la cámara fotográfica a nuestro menor descuido.

Durante la primera parte de la visita nos paseamos por los jardines inferiores que rodean el Palacio del zar y contemplamos la belleza de sus fuentes, más de 150 en todo el recinto. La primera y más espectacular es la Gran Cascada, compuesta por una serie de 37 esculturas de bronce dorado, 64 fuentes y 142 juegos de agua, que desciende desde las terrazas del Gran Palacio hasta el mar Báltico. La guía continúa el recorrido deteniéndose en las fuentes más destacadas del parque Inferior como la curiosa fuente en la que un pequeño perro persigue a varios patos sin lograr nunca alcanzarlos, la fuente de Adán o las fuentes romanas y en el mirador desde el que se observan unas bonitas vistas del golfo de Finlandia, con el mar totalmente en calma. Junto a este mirador se encuentra El Palacio de Monplaisir, del siglo XVIII. Continuamos el recorrido bajo la agradecida sombra de los árboles, pues nos hace un día muy caluroso e inusual en San Petersburgo. Descubrimos las fuentes sorpresa, llamadas así porque sueltan chorros de agua sin avisar al paseante, pasamos junto a la fuente del Pavo Real, y terminamos en la fuente del ajedrez desde la cual emprenderemos la subida hacia el Palacio. También se ha de mencionar que durante el recorrido por el parque encontramos a varios vendedores ambulantes intentándonos vender matriuskas (las muñecas rusas que unas contienen a otras más pequeñas). Son las dos de la tarde y la guía nos comunica que nuestra hora acordada de entrar en el Palacio son las dos y veinte minutos así que nos dirigimos tranquilamente hacia la entrada del Palacio donde, bajo un sol de justicia, nos esperan más vendedores ambulantes con sus mercancías: foulares, gorros de piel rusos, más matriuskas, huevos decorativos típicos rusos, etc.


Tras diez minutos esperando nuestro turno para entrar y disfrutar de un poco de sombra, finalmente pasamos el umbral de la entrada. La guía nos comunica que todo el Palacio es de parquet y que para proteger el suelo hemos de ponernos sobre los zapatos unas pantuflas que encontramos en unos cestos inmensos. Hecho esto, comenzamos la visita por el interior del Palacio de Pedro el Grande, marcadamente ostentoso y suntuoso.

Tras la victoria de 1709 sobre los suecos en Poltava, Pedro el Grande decidió construir este palacio, a imitación de Versalles y empleó a más de 5000 trabajadores, siervos y soldados que puso a las órdenes de arquitectos, ingenieros, jardineros y escultores. Proyectado por Jean-Baptiste Le Blond, el Gran Palacio fue construido a un ritmo frenético desde 1714 hasta que Peterhof se inauguró en 1723 y remodelado entre 1745-1755, durante el reinado de la zarina Isabel, por Bartolomeo Rastrelli, que incorporó un piso más y agregó alas rematadas con pabellones.

La escalera principal, por la que subimos a las estancias, es barroca, decorada con cariátides y tallas doradas. Primero visitamos las estancias oficiales del zar, entre las que destaca el salón del Trono, remodelado por Yuri Velten en 1770 por orden de Catalina la Grande. Sorprende su sencillez en la decoración, con la tapicería de terciopelo rojo y el suelo de tarima en formas geométricas combinando diferentes tonalidades de marrón.

En la siguiente sala las paredes están totalmente cubiertas de espejos con marcos dorados muy bellos. Pasamos por diferentes estancias: una habitación rodeada de retratos de mujeres en las paredes y un gabinete chino, entre otras. Llama la atención las enormes estufas que adornan el Palacio. Finalmente terminamos la visita en las estancias imperiales, situadas en el ala oriental del palacio: el dormitorio, el estudio y el comedor, en el centro del cual está expuesta una mesa totalmente preparada con la vajilla, cubertería y cristalería. Bajamos de nuevo unas escaleras y devolvemos las pantuflas a otros cestos dispuestos en la salida.

Una vez fuera del Palacio multitud de vendedores vuelven a esperar al turista dispuestos a venderle souvenirs del país. Sin embargo, nuestra guía continúa hacia la salida, muy estricta en cumplir el horario de vuelta al barco, y apenas podemos pasear por los jardines superiores, donde sí fotografiamos la Fuente de Neptuno.

Un detalle a comentar es que en San Petersburgo hay bodas cada día de lunes a domingo y muchos novios eligen los jardines del Palacio de Pedro el Grande para hacer el reportaje fotográfico. Durante la excursión por los jardines llegamos a ver diez parejas de novios seguidos de un pequeño séquito de invitados que los acompañaban durante el reportaje con el fotógrafo. Nuestra guía nos comentó que es típico gritar a los novios ¡Gorka!” que quiere decir “amargo”. Éstos cuando lo oyen es tradición que se besen y los invitados cuentan la duración del beso. Así que cada vez que veíamos una pareja de novios les gritábamos “¡Gorka, Gorka!” y ellos, sorprendidos y sonrientes a la vez, se besaban cumpliendo la tradición.

Finalmente, a las tres y media, subimos de nuevo al autocar emprendiendo la vuelta al barco. Con la misma seriedad que a la entrada al país, los agentes de la aduana nos volvieron a pedir el pasaporte y el visado. Lo enseñamos, comprobaron que éramos la misma persona que decía el documento y nos dejaron volver a embarcar.

La tarde la pasamos en el barco. El crucero tenía organizadas varias excursiones de tarde-noche: Ballet ruso y cena; Folklore ruso; y crucero noches blancas. Sin embargo, nosotros decidimos no hacerlas porque las excursiones eran caras, para qué negarlo. Además, el tiempo entre la excursión de la mañana y la de la tarde no dejaba lugar a descansar mucho, apenas un par de horas. Así que decidimos disfrutar de una agradable cena rusa en el barco, con el ballet en el salón de espectáculos del barco.


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