El Santuario de Delfos

Al día siguiente continuamos nuestro viaje dirección Delfos por una carretera recta muy diferente a la de días pasados. Llegamos a la ciudad de Patrás, segundo puerto más grande de Grecia, y continuamos sin detenernos. Abandonamos el Peloponeso y cruzamos el Puente Charilaos Trikoupis, que une las ciudades de Rio y Antirio. Su estructura conecta la parte norte de la Península del Peloponeso con el resto de Grecia y tiene una longitud de poco más de dos kilómetros (2252 metros).

Si pensábamos que habíamos abandonado definitivamente las curvas nos equivocábamos. Las montañas dominan la costa sur de Grecia y son una tortura si padeces mareo o vértigo. Tomamos la carretera de la costa, llena de curvas, pasamos por el pequeño pueblo de Itéa y finalmente llegamos a la morada de Apolo. El antiguo Santuario de Delfos está situado al pie del Monte Parnaso, en medio de extensos olivares, arropado por un semicírculo de montañas y frente al gran valle que desciende hacia el Golfo de Corinto.



Delfos es famoso por su oráculo. Según cuenta la leyenda, cuando Zeus soltó dos águilas desde puntos opuestos del mundo, su vuelo se cruzó en el cielo sobre Delfos, estableciendo este lugar como centro de la tierra. El Santuario de Delfos está dedicado al dios Apolo y era muy visitado desde finales del siglo VIII a.C. por gentes procedentes de todo el mundo antiguo para consultar al dios sobre sus vidas. Vivió su época dorada desde el siglo VI aC hasta la llegada de los romanos en el 191 a.C. En el año 393 d.C, con la cristianización del Imperio Bizantino, el oráculo fue abolido y los repetidos saqueos, terremotos e incendios fueron arruinando a lo largo de los siglos este lugar.

El yacimiento arqueológico se halla a un kilómetro escaso del pueblo de Delfos y se puede llegar fácilmente paseando. Desde lejos se puede contemplar la gradería del teatro, en la pendiente de la montaña. La entrada principal se halla junto a la carretera. Seguimos la Vía Sacra, que es el camino que marca el recorrido a seguir por el recinto. Lo primero que encontramos son las ruinas de un ágora, donde se podían comprar objetos religiosos. Más adelante encontramos un pequeño templo reconstruido. Es el tesoro ateniense. Junto a él se situaba la cámara del consejo de Delfos y la roca de la Sibil.la, que marca el lugar desde donde la primera profetisa de Delfos pronunció sus oráculos. El camino nos conduce al Templo de Apolo, parte de él también reconstruido para mostrar su grandeza original. Un poco más arriba encontramos el teatro, construido hace 2.500 años y con un aforo para 5000 personas.

Parece que la subida no tenga fin y que hallamos dado por terminada la visita al Santuario pero en la cima de la montaña, oculto desde abajo, se halla el estadio, uno de los mejor conservados del país. Mide casi 200 metros de largo y podía albergar a 7000 espectadores. En él se celebraban los Juegos Píticos cada cuatro años. El ganador de los juegos recibía la tradicional corona de laurel y el derecho a tener una estatua en el santuario. De todos los estadios vistos hasta ahora es el primero en el que vemos las gradas intactas. Realmente es impresionante.

Tras visitar el Santuario de Apolo, volvemos a la carretera y nos acercamos a otra parte del yacimiento, situada al otro lado de la misma, al sureste del templo de Apolo. Se trata del Gimnasio y del Recinto Marmaria. En el Gimnasio los atletas se entrenaban para los Juegos Píticos. Quedan pocos restos de los baños y de la zona de entrenamiento, rodeada de las ruinas de los antiguos vestuarios y de otras salas. En el gimnasio también se educaba a los poetas y filósofos de Delfos. Por otro lado, Delfos también tenía un santuario dedicado a Atenea Pronaia, cuyo templo, está situado junto a una construcción circular llamada tholos, originariamente rodeada de 20 columnas. Hoy en día se han reconstruido tres de ellas para que el visitante pueda imaginarse cómo era el edificio.




Tras completar el recorrido por todo el yacimiento arqueológico, entramos a visitar el Museo de Delfos. El museo contiene una colección de esculturas y restos arquitectónicos encontrados en la acrópolis. Tras visitar sus 13 salas, entre las que encontramos una maqueta a escala del santuario de Apolo y un Auriga de bronce, entre multitud de otros restos, salimos del museo y vamos a comer.

Resulta curioso como en Grecia los meitres de los restaurantes se sitúan en la entrada del mismo para captar clientes. En la puerta de todos los restaurantes de Delfos ocurre lo mismo. Se colocan con su carta y a cada turista que pasa por delante les intentan convencer a que entren y prueben su excelente comida. Esta vez nos decidimos por algo ligero y entramos en una cafetería a tomar un gyros-pita. 

Tras descansar en el hotel, salimos a pasear por Delfos y descubrir los encantos del pueblo. Uno de ellos es su preciosa catedral bizantina, Resulta chocante que un pueblo pequeño como es Delfos tenga una iglesia tan grande. Paseando por sus alrededores descubrimos que preparan una boda. Qué buena suerte. Tendremos la oportunidad de ver cómo se celebra una boda griega! Las señoras del pueblo ayudan en los preparativos de la ceremonia. Extienden una alfombra roja en la entrada de la iglesia y sacan a la plaza una mesa para colocar flores. Poco a poco van llegando los invitados, que se concentran en los alrededores de la plaza. Comienzan a llegar coches pitando y dando vueltas al pueblo, imaginamos que para hacer saber al resto del pueblo que hay una boda. Tras varias vueltas tocando el claxon, los novios salen juntos del coche y entran en la iglesia entre los aplausos de sus invitados. La novia va de blanco con un vestido de pedrería sin velo. El novio con un traje oscuro. Nosotros aplaudimos como el resto de invitados y cuando entran a la iglesia abandonamos la plaza. El resto de invitados permanecen en ella. No sabemos si es por tradición o porque no caben todo en el interior de la iglesia. 

Tras comprar un par de postales del lugar, buscamos un restaurante donde cenar y nos decidimos por uno, bastante concurrido, y con unas vistas impresionantes del valle. Cenamos de lujo un día más y dimos el día por concluido.

Al día siguiente nos permitimos el lujo de dormir un poco más. Ya habíamos visitado el santuario y en Delfos no teníamos nada más a ver pero habíamos reservado dos noches así que debíamos buscar un nuevo lugar a explorar. Bajamos al pueblo costero de Itéa y paseamos por su puerto. No es un pueblo turístico y enseguida lo terminas de ver. Tras mirar la guía decidimos hacer una pequeña excursión de 100 km a Lamía, donde todavía se conserva un castillo catalán del siglo XIV. Cuando llegamos al castillo nos sentimos un poco timados. Para empezar llegar hasta el castillo fue una suerte pues Lamía carece de señalización para encontrarlo. Una vez llegamos al aparcamiento descubrimos que éramos los únicos visitantes del lugar. No obstante, lo mejor vino cuando entramos al castillo y nos encontramos con una gran terraza llena de mesitas para tomar algo y un pequeño museo. Ya que habíamos llegado hasta allí entramos al museo y cual fue nuestra sorpresa que nos abrieron las luces sólo para nosotros. Un hombre iba delante nosotros encendiéndolas y conforme acabamos de ver una sala el hombre iba detrás apagando la luz. En el museo habían expuestos restos muy pobres del lugar, prácticamente ninguno de ellos se conservaba completo. En fin, salimos del museo, tomamos un refresco en la terracita y salimos de Lamía decepcionados con el castillo.



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