Santorini y sus cúpulas azules


Al día siguiente, nuestro octavo día por tierras helénicas, abandonamos Delfos de buena mañana y nos dirigimos de regreso a Atenas, donde debíamos dejar el coche de alquiler a las ocho de la mañana y coger un vuelo un poco después. A las diez de la mañana abandonamos el continente y empezamos nuestra etapa del viaje por las islas griegas.

El vuelo Atenas-Santorini fue muy corto. Apenas veinticinco minutos en el aire con zumo incluido. En el pequeño aeropuerto de Santorini cogimos un taxi y nos llevó a nuestro hotel en la isla hasta el hotel, el mejor, con diferencia, de todo el viaje. Situado en una zona muy tranquila de la isla, en la costa sureste, el hotel presenta el aspecto típico de las construcciones del lugar. Un edificio blanco con los marcos de puertas y ventanas azules y un molino en su entrada. Nos tocó una habitación situada en la planta baja del edificio, de tres plantas. Pero lo mejor de todo era que junto a la terraza teníamos el jacuzzi del hotel. Una maravilla.
 
El único inconveniente del hotel era su aislamiento. Para ir al pueblo más cercano, Kamari, se ha de coger un autobús. Es el principal centro turístico de la isla y allí cenamos. Su playa es una mezcla de piedra y arena negra volcánica y está bordeada de bares, tabernas, hoteles y apartamentos. Recorremos la calle principal del pueblo, animadísima y plagada de juventud, y llegamos a la montaña que hay al sur de la playa de Kamari, donde divisamos desde lejos una cueva excavada en la roca. Este mirador ofrece excelentes vistas de la totalidad de la playa y el saliente en la roca es aprovechado por algunos chicos como trampolín para lanzarse al mar haciendo el salto del ángel. 



Volviendo hacia el paseo descubrimos una pequeña capilla blanca de forma cúbica y cúpula abovedada. La típica construcción de la isla. Bajamos a la playa y buscamos un restaurante donde cenar. Es temprano, las siete y media, pero el último autobús que nos lleva al hotel sale a las ocho y media del centro de Kamari, por lo que tenemos que adelantar el horario.

El segundo día en Santorini decidimos alquilar un coche para un único día y con él recorrer el mayor número de lugares de interés en la isla. El mismo hotel nos arregla los trámites y a las ocho de la mañana tenemos en la puerta nuestro Seat Ibiza, con el depósito lleno. 

El primer pueblo que queremos visitar es Firá o Thirá, la capital de la isla, y hacia allá nos dirigimos con el mapa en las manos. La verdad es que las carreteras en Santorini dan unos rodeos terribles para llegar de un punto a otro de la isla y recorrer distancias cortas no es tan fácil como parece. De hecho, nos perdimos un par de veces pero finalmente conseguimos llegar y aparcar, cosa difícil por ser una ciudad con muchos coches y poco lugar donde aparcarlos. Todo el centro de la ciudad es peatonal por lo que el coche se ha de dejar en las afueras y llegar caminando.




Ya en el centro de Thirá me sorprendió mucho el encontrarme un pueblo tan turístico y masificado. Las calles, estrechas y empedradas, resultan laberínticas y a ambos lados encuentras tiendas de todo tipo de artículos, predominando siempre las joyerías. Ya en Grecia continental había notado que las joyerías abundaban en las zonas turísticas pero en Santorini se llega al extremo. En una misma callejuela podemos encontrar diez joyerías seguidas en cuyos expositores resaltan el brillo del oro y los diamantes, entre otras piedras preciosas. El hecho de estar tan orientada al turista creo que le hace perder mucho encanto.

Bajamos por una de sus calles y empezamos a vislumbrar al fondo el mar. El pueblo está en el borde de un acantilado asomado a la caldera y ofrece unas vistas impresionantes. Frente a Thirá se divisa la isla de Nea Kameni, donde se halla el cráter del volcán. Un camino rodea el precipicio y durante el recorrido encontramos varios miradores desde el que contemplamos Thirá y el contorno de la isla de Santorini. Es precioso el contraste del azules que hay en la isla, con el mar y el cielo como telón de fondo, y las casitas blancas con alguna cúpula azul en el horizonte. Esta es la fotografía que venden las agencias y revistas de viaje de las islas y que animan al turista a venir.




El camino que discurre por el filo de la caldera llega hasta el siguiente pueblo Imerovígli. Antes de llegar a él encontramos la tan esperada capilla blanca de cúpula azul vista en tantas postales. Es la iglesia de Agíos Minás, del siglo XVIII, símbolo de Santorini. Las vistas de la caldera desde la parte superior de la iglesia merecen ser inmortalizadas en una fotografía.

Las horas pasan muy rápido paseando por la ciudad, subiendo y bajando sus escaleras, visitando los comercios y viendo pasar junto a nosotros algún que otro burro cargado, tan típicos aquí en las islas. Pasamos junto a la preciosa capilla ocre de Agios Stylianós y la catedral ortodoxa consagrada a la Ypapantí (Presentación de Jesús en el Templo), que cuenta con dos campanarios. El tiempo transcurre y nuestros estómagos empiezan a reclamar comida. Así que regresamos al acantilado y buscamos un restaurante con precios razonables y buenas vistas de la caldera. 


Tras la agradable comida con el mar como telón de fondo, volvemos al coche, pues todavía nos quedan otros lugares a visitar en la isla y hemos de aprovechar que disponemos de mayor libertad de movimientos. El siguiente lugar en nuestro mapa es Akrotíri, la antigua ciudad minoica, situada en la punta suroccidental de la isla. La ciudad está perfectamente conservada tras haber permanecido sepultada unos 3.500 años bajo toneladas de ceniza volcánica. Cual fue nuestra decepción, tras media hora de camino, al descubrir que la entrada a las excavaciones estaba cerrada al público. Sin embargo, no perdimos los ánimos y aprovechamos que estábamos allí para acercarnos a la playa roja.

Ha sido una mañana muy intensa y merecemos un descanso. Regresamos al hotel para darnos un chapuzón en la piscina y tomar un poco el sol, aprovechando los espléndidos días que están haciendo. De regreso comprobamos que la isla es totalmente seca y que la única vegetación que crece es la vid.

Sobre las siete de la tarde comenzamos a arreglarnos para la cena. Hoy cenaremos en uno de los lugares más románticos de la isla, el pueblo de Oía, e intentaremos disfrutar de su famosa puesta de sol. Hemos de llegar pronto si queremos coger una buena mesa y, a ser posible con vistas del atardecer. Así que salimos hacia la punta norte de Santorini, donde está el encantador pueblo. Llegar es un poco pesado, por una carretera de curvas. Mucho tráfico, todos peregrinamos hacia el mismo lugar, Oía. Aparcamos en el enorme parking que hay a la entrada del pueblo y callejeamos un poco en busca del ansiado restaurante ideal. No hemos de buscar mucho, pues el primero que vemos tiene mesas libres en la terraza, situada sobre el edificio y disfrutamos de una primera fila privilegiada del atardecer. Fue perfecto: una cena riquísima con una excelente compañía y unas vistas de cine. La excursión hasta aquí merece la pena.


Ya con el estómago lleno, nos disponemos a recorrer Oía con toda la tranquilidad el mundo. Sin embargo, enseguida anochece y no podemos ver la belleza del lugar en las tinieblas, así que decidimos volver la mañana siguiente para pasear a plena luz del día. Además, el pueblo está repleto de turistas que han venido a presenciar como nosotros la puesta de sol y está muy animado de noche. Sin pensarlo dos veces, nos montamos en el coche y regresamos al hotel a descansar.

Las siete de la mañana. Suena el despertador. ¡Quiero dormir un poco más! Estoy de vacaciones... Nos concedemos un par de horas más de sueño y nos levantamos a las nueve para regresar a Oía. Hoy no disponemos de coche así que esperamos en la parada a que pase el autobús que nos lleve a Thirá. Todos los autobuses pasan por la capital de la isla. Una vez allí, hemos de coger otro autobús que nos llevará a Oía. Se pierde tiempo pero aquí el transporte público está muy centralizado en Thirá. Algo muy curioso de los autobuses es que compras el billete dentro del autobús. Una vez está ya en movimiento un chico pasa pasajero a pasajero cobrando el ticket y este mismo chico va gritando el nombre de las paradas conforme nos acercamos a ellas.


 
Oía, a plena luz gana muchísimo. Si ya la noche anterior me había parecido bonita, hoy me resulta preciosa. Son las once y apenas hay personas por sus calles. Es un pueblo tranquilo, de casitas blancas cúbicas como el resto de la isla y calles estrechas y empedradas. Conserva el encanto especial que esperaba encontrar en la capital. Oía no está tan masificada y orientada al turismo como Thirá. Las vistas del mar son increíbles. Desde este pueblo se puede divisar la isla de Thirassia, al norte, Néa Kaméni y el resto de la costa oeste de Santorini. El pueblo también se encuentra en un precipicio y sus casas también están asomadas a la caldera, al igual que Thirá, pero en Oía no atracan los grandes cruceros, motivo por el cual no llega tanta gente y se puede pasear sin aglomeraciones. 

Por la noche decidimos explorar y llegar a Kamari andando por el lateral de la carretera. El autobús coge dicha carretera así que es imposible perderse. Tras media hora larga llegamos a la playa de Kamari y al paseo marítimo, donde buscamos un buen restaurante y cenamos pasta acompañado de vino de la isla, denominado “Lava” (no lo recomiendo). La vuelta al hotel es en taxi, pues es tarde y ya no pasan autobuses o, al menos, no sabemos el horario de paso. 

Otro día más. Hoy queremos hacer una excursión en barco a la cercana isla de Néa Kaméni, donde se encuentra el cráter del volcán. Llegamos a Thirá, cogemos el funicular y bajamos a su puerto. Aquí esperamos media hora a nuestro barco, un velero que nos acercará a Néa Kaméni y Palaiá Kaméni, las llamadas islas Quemadas. En quince minutos llegamos a la primera isla, Néa Kaméni, donde subimos al cono volcánico, o al menos, lo intentamos. 



El calor es espantoso y la subida muy empinada. El tiempo que nos da la organización para subir al cráter y bajar es muy justo y nos rendimos a medio ascenso para hacer un par de fotos del lugar. La excursión termina visitando la vecina isla de Palaiá Kaméni, donde el turista puede bañarse en las pozas de barro caliente de la isla si lo desea. Nosotros no probamos la experiencia porque las aguas están plagadas de medusas y los valientes que se zambullen suben al barco con un sinfín de picaduras como medallas al mérito por su valor. La guía les aplica una pomada en las zonas afectadas para aliviar el picor. Cuando todos los bañistas han sido atendidos, el barco reemprende el regreso al puerto de Thirá. La duración total de la excursión es de unas tres horas.

La última tarde y noche en Santorini la pasamos en el hotel, disfrutando de las instalaciones. Al día siguiente abandonamos la isla en ferry y partimos hacia Mykonos, último destino de nuestro viaje.


4 comentarios:

  1. Vaya pedazo de viaje que os pegasteis, que envidia! Despues de leeros me vuelven a entrar ganas de volver a la isla de Santorini. Os invito a pasar por mi blog sobre la isla, espero que os guste: http://memarchoasantorini.com

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    1. Pues sí, la verdad es que sí, pero era nuestro viaje de novios y, qué menos!! A mí Santorini me encantó y si puedo, volveré. Me he pasado por tu blog, Iñaki, y eres todo un experto en la isla. Felicidades por tu trabajo!!

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  2. Hola, como se llamaba el hotel donde te quedaste?

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    1. El hotel donde nos alojamos se llama Hotel Mediterranean Royal. Está situado en una zona muy tranquila y quedamos muy contentos.

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