La mañana del cuarto día de travesía comenzó muy temprano. Había leído en algún foro de Internet que la entrada a Estocolmo era preciosa por la gran cantidad de pequeñas islas del archipiélago de Estocolmo, formado por 24.000 islas, cayos e islotes. Así que ni corta ni perezosa, sabiendo que amanecía a las cuatro de la mañana, la noche anterior había programado el despertador para esa hora. Pensaba que me costaría levantarme pero afortunadamente no fue así y a las cuatro y diez minutos ya estaba en el balcón de la habitación, cámara de vídeo en mano para contemplar este bello espectáculo.
Infinidad de pequeñas islas, en ocasiones incluso islotes, cubiertos de una tupida capa de arboleda, en la que destacaban sus pequeñas casitas de madera, la mayoría de color rojo, junto a un pequeño embarcadero privado donde permanecían amarradas pequeños veleros de recreo. Algunas de ellas disponían incluso de pista de tenis privada y todas ellas tenían junto a la propiedad, una pequeña construcción de madera, muy típica en los países nórdicos, la sauna. El paisaje era precioso. El barco navegaba sorteando estas pequeñas islas, lentamente, dirección a la capital sueca, Estocolmo. La travesía era muy agradable. El agua apenas se movía y sólo se escuchaba el leve sonido del barco abriéndose camino por los canales.
Viendo este panorama, mi primera impresión del país es muy buena. Gente tranquila que tiene una casita, imagino que su segunda residencia, en una de estas pequeñas islas y que viene a pasar las vacaciones y fines de semana en ellas para desconectar de la ruidosa urbe y disfrutar del silencio y la naturaleza aislados en su pequeño paraíso. Un paraíso al que sólo se puede acceder por agua, en una pequeña embarcación, y que cuenta con la ventaja de carecer de ruidosos vecinos. Disponer de un lugar así para relajarse debe ser todo un lujo. Así pues sus moradores deben ser grandes amantes del mar y del entorno natural.
Tras presenciar el bello amanecer y grabar durante diez minutos la panorámica, decidí que ya podía volver a la cama y seguir durmiendo un poco hasta las ocho, hora en la que nos levantamos. Esta segunda vez estábamos entrando ya al puerto de Estocolmo y el práctico del barco se disponía a realizar la maniobra de atracar y echar el ancla.
La excursión a la ciudad estaba programada para salir a las nueve de la mañana. Tras pasar la tarjeta por el control, los pasajeros con visita organizada con el crucero debíamos subir al autocar que nos esperaba junto al puerto. Con él visitaríamos los monumentos y lugares más destacados de Estocolmo.
Subimos al autobús y nuestra guía se presentó hablando un perfecto español y contándonos durante el trayecto algunas curiosidades del país. Entre ellas, nos explicó que los suecos pagan una gran cantidad de impuestos (entre el 35 y el 65% del sueldo) pero que, aún así, el sueldo neto medio, después de haberlos pagado, se sitúa en los 36.000 euros anuales. Un sueldo bastante elevado si lo comparamos con el salario español. De esta manera, la sanidad y la educación es gratuita.
Su estado de bienestar provoca verdadera envidia. La política sobre la natalidad es muy buena. Las madres, una vez tienen un bebé, disponen de 96 semanas de baja de maternidad para disfrutar de su criatura, mientras que los padres tienen un permiso de paternidad de 60 a 90 días, que pueden coger en diferentes períodos durante los seis primeros años de vida de su hijo. En todo este tiempo de permiso, la madre cobra el 80% del sueldo. Por este motivo Suecia lidera el ránking de los países europeos en duración de la baja por maternidad, quedando España, con sus 16 semanas, en octava posición, y en tener una de las tasas de natalidad más altas de Europa. Con estas ayudas por parte del Estado sí es posible conciliar vida personal y profesional.
Si a todo esto le sumamos que viven en un país avanzado, seguro, y que cuenta con un entorno natural envidiable, Suecia se convierte en un lugar ideal para vivir. Su único inconveniente son los inviernos, fríos y oscuros, en los que no debe apetecer nada salir a la calle a pasear y las depresiones deben estar a la orden del día durante esos meses al no poder disfrutar de una fuente vital como es la luz del sol.
Bien, volvamos a la excursión “Estocolmo al Completo” y su recorrido. La primera parada fue en un mirador, llamado Fjällgatan, desde el que se contemplaba una preciosa vista panorámica de la ciudad. Bajamos del autocar, divisamos el paisaje y volvimos a subir. Era imposible hacer fotos por la gran cantidad de gente agolpada a la barandilla así que ni lo intentamos.
La siguiente parada fue en el Ayuntamiento (en sueco Stadshuset), un impresionante y bello edificio de ladrillo rojo, construido entre 1911 y 1923 por Ragnar Ostberg. Desde el exterior destaca su alta torre, de 106 metros de altura. En su interior se encuentran los aposentos destinados a gestiones municipales, siendo sus principales salas: el salón azul y el salón dorado donde se celebra la cena anual de entrega de los famosos Premios Nobel a destacadas personalidades de diferentes campos del conocimiento.
Tras salir del Ayuntamiento, realizamos una pequeña parada en una tumba que hay en la parte trasera del edificio. Es la tumba que se hizo para el fundador de la ciudad pero está vacía. Las vistas de la otra orilla de la ciudad desde los jardines que rodean el Ayuntamiento son espectaculares.
Volvimos al autocar, que nos dio un recorrido panorámico por el centro comercial de Estocolmo y nos dejó finalmente frente al Palacio Real, situado en Gamla Stan, el casco antiguo de la ciudad. Fue construido como residencia de los monarcas suecos en el siglo XVIII y en él se celebran los acontecimientos de estado. Sus 608 estancias lo convierten en el mayor de los palacios reales de Europa y en sus aposentos se alojan los gobernantes y miembros de otras monarquías europeas que vienen de visita oficial a la ciudad. El Palacio combina su función de residencia real oficial habitada con la de monumento historico cultural.
Junto al Palacio Real se encuentra la Catedral de Estocolmo (Storkyrkan), también llamada Iglesia de San Nicolás, externamente bastante sobria y poco decorada. La Catedral, construida en el siglo XIII, es la iglesia más antigua de la ciudad y la sede de la diócesis de Estocolmo. En su interior destaca la escultura de San Jorge matando al Dragón y su púlpito barroco.
Iniciamos el paseo por el casco antiguo e histórico y por sus empedradas y estrechas calles medievales. Entramos en la Iglesia Finlandesa y pasamos junto a la pequeña estatua de un niño, llamada “Niño mirando a la luna” o “Ironboy”, situada en la parte posterior de la Iglesia Finlandesa. Mide 15 centímetros y es la estatua pública más pequeña que he visto nunca expuesta. Los ciudadanos de Estocolmo le tienen mucho aprecio a esta estatua y algunos incluso lo visten en invierno para que no pase frío. La tradición cuenta que acariciar la cabeza del niño trae buena suerte. Tras pasar por un par de calles llegamos al monumento de San Jorge atravesando con su lanza al Dragón, conmemorativa de la batalla de Brunkeberg, simboliza a Suecia derrotando a Noruega, y volvemos sobre nuestros pasos para desembocar en la Plaza Mayor (en sueco Stortorget), rodeada de hermosos edificios de color pastel y de la sede de la Academia Sueca. En este lugar ocurrió el Baño de Sangre de Estocolmo en 1520, cuando miembros de la nobleza sueca fueron ejecutados por órdenes del rey danés Cristian II. La rebelión que siguió, concluyó con la firma del fin de la Unión de Kalmar y el principio de la dinastía Vasa.
El paseo por las pintorescas calles de Gamla Stan fue muy agradable. Es un barrio donde se ven infinidad de hoteles, bares, restaurantes y tiendas. Por una de estas calles comerciales llegamos de nuevo en el Palacio Real, dispuestos a presenciar el cambio de guardia. Sin embargo, en ese preciso momento, pese a que el día había amanecido soleado y sin nubes, un nubarrón se detuvo sobre la ciudad y descargó una pequeña tormenta de verano que duró media hora. Compramos rápidamente un chubasquero y nos resguardamos en la recepción del Palacio Real, el cual se puede visitar si se dispone de tiempo.
La guía se despidió de nosotros, recomendándonos probar una de las comidas típicas suecas, el arenque, y citándonos para dos horas más tarde frente a la Catedral, tiempo que aprovechamos para comer y pasear por la ciudad.
Una vez de nuevo en el autocar, nos dirigimos al lugar estrella de la ciudad, el Vasamuseet (Museo Vasa). Situado sobre la isla de Djurgarden, el museo alberga el buque Vasa, un navío de madera del siglo XVII, construido por orden del rey Gustavo II Adolfo de Suecia, que fue reflotado del mar báltico tras permanecer 333 años sumergido en sus aguas. El Vasa debía haber sido el buque de guerra más grande y prestigioso de Suecia (el orgullo de la flota naval y la nación sueca). Sin embargo, el galeón naufragó a 1300 metros del puerto de Estocolmo en su viaje inaugural el domingo 10 de agosto de 1628 tras sufrir una fuerte ráfaga de viento que hizo volcar el barco. Tiempo después, se encontró este navío de guerra sueco y, gracias a que el agua del mar báltico contiene poca sal y la madera no se pudrió, lo pudieron rescatar completo y en un excelente estado de conservación el 24 de abril de 1961, trasladarlo a la orilla y construir a su alrededor el edificio que lo acogería. Toda una obra de ingeniería para poder conservar intacta su estructura. Hoy en día el interior del Museo Vasa alberga tanto el buque completo como varias exposiciones que informan de su historia y presentan los objetos que estaban a bordo. Eso sí, la visita se ha de realizar en penumbra para la mejor conservación de la madera. Hay poca iluminación y las fotos no salen tan bien como quisiera pero contemplar este milagro es impresionante.
Nuestra visita a Estocolmo termina aquí, en el Museo Vasa. El autocar nos espera a la salida para llevarnos de vuelta al barco y continuar el crucero. La capital sueca me ha sorprendido agradablemente. Sus calles son amplias, limpias y seguras, y los suecos son personas tranquilas, educadas, alegres y muy deportistas. Estocolmo es una de las ciudades que merece la pena dedicarle dos y tres días para verla en su totalidad, recorrer sus calles tranquilamente, probar su gastronomía. Una visita de siete horas queda en poco para ver una ciudad que ofrece tanto que ver. En nuestra lista quedan monumentos que la falta de tiempo nos ha impedido visitar y las islas que nos despiden durante la salida del barco nos despiertan la curiosidad y el interés por bajar y visitarlas, aunque sólo sea para vivir un instante como es sentirse tan aislado de todo y conocer como es su vida en estas islas: cómo pasan el tiempo, sus distracciones, etc. Un excelente lugar para reflexionar y conocerse a sí mismo en la soledad del Báltico.
Nos despedimos del archipiélago de Estocolmo lentamente, sentados en la terraza de nuestro camarote, viendo pasar ante nuestros ojos una y otra isla. Unas más grandes y otras más pequeñas, deshabitadas y cubiertas de maleza, con la luz del atardecer y el sonido del mar a nuestros pies. Un escenario muy romántico que disfruto con mi pareja, en la intimidad de la terraza. Más tarde, subimos a la cubierta del barco y contemplamos el paisaje que dejamos y que nos espera, salpicado de islas a nuestro paso, hasta que bajamos a cenar y empezamos a pensar en nuestra siguiente escala, Tallin. Asistimos al espectáculo y nos comunican que hemos de adelantar una hora nuestros relojes para acostumbrarnos al nuevo horario de la capital de Estonia. Nos acostamos. Navegamos toda la noche. El mar está en calma como una balsa de aceite.
No hay comentarios:
Publicar un comentario