Nuestro quinto día de travesía por el Báltico llegamos a Tallin, la capital de Estonia. Situada en el golfo de Finlandia, y sólo a 80 km al sur de Helsinki, durante la Segunda Guerra Mundial fue severamente dañada por los bombardeos alemanes y desde entonces, ha sido reconstruida. Desde que el país se declarara independiente, en 1992, la ciudad ha sufrido grandes cambios, dejando atrás cinco décadas de comunismo soviético y convirtiéndose en una metrópoli occidental abierta al capitalismo.
Nos despertamos temprano, sobre las ocho de la mañana y me asomé rápidamente por la ventana para contemplar las vistas. En el exterior sólo agua. Un mar totalmente en calma y un día espléndido, despejado de nubes y con pinta de caluroso. Todavía no habíamos llegado a puerto así que aprovechamos para desayunar rápidamente y subir a cubierta para disfrutar del paisaje y de la entrada del crucero a su puerto. Desde el lado opuesto a nuestra habitación se podía ver tierra firme, la costa estona y Tallin a lo lejos, sobresaliendo algunas puntas de sus altos edificios a lo lejos. Poco a poco el barco fue acercándose al muelle y la ciudad medieval aparecía como una escala con mucho encanto. En el muelle había atracados varios cruceros más, y es que Estonia es la república báltica más turística, pues recibe anualmente unos 2,5 millones de visitantes.
Tras las correspondientes fotos de la ciudad desde el barco y una vez realizada la maniobra de amarre en puerto, nos dispusimos a bajar a explorar esta bella ciudad medieval. Antes de ello, un par de chicas estonas subieron al barco para efectuar, a quien quisiera, el servicio de cambio de moneda a bordo para poder realizar las compras en el país con la moneda local, aunque en algunos lugares, sí aceptaban euros. Tras cambiar algo de dinero, desembarcamos del barco para realizar la excursión organizada por el crucero “La ciudad Medieval de Tallin”.
En el muelle ya habían comenzado a llegar los autocares y las guías que nos enseñarían la ciudad, la cual quedaba a veinte minutos a pie. Algunos pasajeros optaron por esta segunda opción y visitaron Tallin libremente al no quedar lejos y disponer de autobuses turísticos que realizaban paradas por los lugares más interesantes de la ciudad.
La visita por Tallin era una de las excursiones más cortas del viaje, pues apenas duraba cinco horas. La hora de salida era las 10:15 y el plan era volver a comer al barco sobre las dos y media. Durante ese tiempo la guía nos enseñaría lo más destacado de la capital estona y si todavía nos quedábamos con ganas de visitar más lugares podíamos hacerlo por libre durante la tarde, hasta las cinco y media, hora límite para embarcar, pues el Blue Moon zarparía a las seis de la tarde con destino San Petersburgo.
Durante el corto trayecto hasta la ciudad, la guía nos estuvo comentando algunos aspectos de la vida y cultura de los estonios. Nos explicó que los estonios y los rusos, no se llevan muy bien y que el gobierno se está encontrando con el problema de una inmigración masiva de rusos que vienen a vivir y trabajar a Estonia en busca de una vida mejor, sin renunciar por ello a su lengua, religión y cultura propias. Una vez los rusos se establecen, construyen sus propias escuelas y van a sus iglesias ortodoxas, pero no hacen ningún intento ni esfuerzo por aprender el idioma de su nuevo país de acogida, el estonio, pues en sus escuelas no se enseña. Por su parte, los estonios no saben ruso, así que no hay manera de entenderse entre ellos, y en tema religioso son ateos, no creen en nada. La masiva entrada de rusos y, a su vez, la emigración por parte de la juventud estona hacia otros países de la Unión Europea en busca de trabajo, están provocando que, si todo sigue al mismo ritmo, pronto Estonia sea un país cuya población mayoritaria sea la rusa. Nuestra guía era estona y en su manera de hablar se veía claramente su poca simpatía por los rusos.
Tras pasar por sus murallas, el autocar nos dejó en la parte alta de la ciudad, Toompea, desde la cual realizaríamos el recorrido a pie por sus calles. La primera parada fue ante el Castillo de Toompea, hoy en día sede del Parlamento estonio, un edificio de color salmón.
Frente al Parlamento, se alza uno de los edificios más emblemáticos de Tallin, la Catedral de Aleksander Nevski. La iglesia ortodoxa rusa de la ciudad. Construida a finales del siglo XIX en el estilo tradicional de las antiguas iglesias rusas, con cinco cúpulas en forma de cebolla, pertenece a la última época del estilo historicista ruso. Inaugurada en 1900, su construcción fue realizada durante el reinado de los zares Alejandro III y Nicolás II y bajo la supervisión del Gobernador de Estonia, el príncipe Sajovskoi. La leyenda local cuenta que aunque el templo se edificó para conmemorar a un héroe ruso, el edificio se levanta en realidad sobre la tumba de un héroe estonio.
En la entrada de la catedral ortodoxa varias mujeres mayores con pañuelos en la cabeza piden limosna mientras otras se santigüan tras salir del templo. Su manera de santiguarse es diferente a la cristiana. Los creyentes ortodoxos realizan el símbolo de la cruz a la inversa, de derecha a izquierda. Aquí, la guía nos dio diez minutos para entrar en la iglesia y verla por dentro, con la previa advertencia de no poder hacer fotos en su interior porque estaba prohibido. Respetamos sus normas y lo primero que nos llamó la atención fue la ausencia de asientos para los fieles, los cuales han de orar en pie. Otro detalle de su cultura es que las mujeres han de entrar en la iglesia cubriéndose el cabello con un pañuelo en señal de respeto.
Salimos del templo y nos adentramos por una amplia calle que desembocaba en otra iglesia, ésta menos vistosa externamente que la anterior. Se trata de la Catedral luterana de Toomkirik de Virgen María, de 1233. La guía nos explicó que no entraba en la ruta pero que nos concedía cinco minutos para entrar y visitarla. Su exterior es totalmente diferente a la iglesia de Aleksander Nevsky, muestra de las diferencias existentes entre ambas religiones y culturas. De estilo gótico, en su interior se encuentra una colección de escudos de armas de la aristocracia alemana báltica, que cuenta con más de 100 piezas, siendo el órgano, construido en 1878, el orgullo de la catedral. También en esta iglesia está prohibido tomar fotografías y filmar así que nos hemos de conformar simplemente con verlo.
En los alrededores varios vendedores ambulantes ofrecen guías de la ciudad o postales al visitante. El barrio de Toompea data del siglo XIII y es la zona de la aristocracia y de los hombres de Estado Paseando por sus estrechas calles empedradas, paramos en la Casa de los Stenbock, donde se encuentra la residencia del Gobierno de la República de Estonia y la oficina del Primer Ministro.
Continuamos hasta llegar a un mirador con unas espléndidas vistas de la ciudad vieja de Tallin bajo nuestros pies, con el campanario de la Iglesia de San Olav sobresaliendo por encima del resto de edificios y el mar al fondo. El mirador de Patkuli. En este punto la guía nos dejó veinte minutos para disfrutar del paisaje y en caso que nos apeteciera comprar algún recuerdo en las tiendas de souvenirs situadas en sus alrededores. Fue en este mirador donde descubrimos por primera vez en el viaje las matriuskas, las muñecas tradicionales rusas creadas en 1890, huecas por dentro, de tal manera que en su interior albergan otras muñecas (cinco, diez o más muñequitas más pequeñas) decoradas con elaborados dibujos y llamativos colores. Así como los huevos decorativos e infinidad de colgantes, pulseras y pendientes de ámbar.
La visita continuaba por un sinfín de estrechas calles peatonales, en las que encontramos a otros grupos de turistas siguiendo a su guía tanto de nuestro crucero como de los otros cruceros amarrados al puerto. Infinidad de cabecitas moviéndose al unísono en una dirección u otra, atentos a la explicación de su guía e intentando no despistarse del grupo. Realmente, una visita así no permite mucho margen para realizar la fotografía perfecta, pues es inevitable que, entre las prisas y la gente, las fotos salgan movidas o cortando parte del objeto fotografiado en cuestión o con personas en medio del plano. En vista de lo cual, lo mejor es resignarse.
Continuamos el recorrido pasando por un arco abierto en la muralla medieval, y bajando la denominada Calle de la Pierna Corta, una de las dos calles que unen Toompea con la ciudad baja. La calle es muy empinada y de uso exclusivamente peatonal. En esta parte de la ciudad percibimos más movimiento urbano. Empezamos a ver restaurantes, joyerías especializadas en ámbar, tiendas turísticas y terracitas en las que tomar un refresco. Tras recorrer varias calles y pasar bajo un arco, llegamos a la plaza principal de la ciudad, la Plaza del Ayuntamiento. Viendo su herencia medieval, no es de extrañar que Tallin fuera declarada Patrimonio de la Humanidad en 1997 por la UNESCO.
Situada en el centro de la ciudad baja, la Plaza del Ayuntamiento, muy amplia, estaba rodeada de casas de antiguos mercaderes viejas hermandades. Las fachadas de estos edificios eran de colores pastel, todas de alturas similares y de estilo medieval. En sus plantas bajas se abren restaurantes y terrazas protegidas por parasoles, donde poder tomar un refresco y probar la cerveza de miel autóctona de Tallin. En uno de sus laterales se alzaba imponente el Ayuntamiento, de estilo gótico, al cual se podía entrar en grupos organizados. El Ayuntamiento oficial se edificó en el siglo XIV, pero una gran parte de la construcción actual data del siglo XV. Fue en esta plaza donde nuestra guía, nada más llegar, nos dio media hora de tiempo libre para recorrer el casco antiguo de Tallin. La gran mayoría del grupo se quedó por la plaza. Nosotros probamos una de las calles adoquinadas que ascendía de nuevo a la ciudad alta para luego volver a descender por la siguiente, explorando las calles menos transitadas de turistas. Y es que el casco antiguo de la capital estona le ha valido a Tallin el sobrenombre de “Praga en miniatura”. La mayoría de sus edificios han sido restaurados y abundan las cafeterías, los restaurantes, los hoteles y las tiendas orientadas a los turistas
Una vez de nuevo en el punto de encuentro, la Plaza del Ayuntamiento, la guía nos condujo por la calle Viru, una calle comercial bastante importante por la cantidad de tiendas de souvenirs que encontramos a nuestro paso y que termina en la Puerta de Viru, la entrada este de la muralla. Junto a ella nos esperaba el autocar.
La visita de Tallin había terminado y volvíamos de nuevo al barco para comer. Eran las dos y media y realmente algunos de nosotros, la juventud especialmente, habíamos quedado un poco decepcionados así que después de comer desembarcamos por nuestra cuenta.
En esta segunda salida del barco para ver la capital estonia el ritmo de visita fue más relajado. Básicamente aprovechamos la excursión para curiosear tiendas, comprar unos pendientes de ámbar, recuerdos para familiares, y preciosas muñecas matriuskas a buen precio. Después de una hora y media explorando, volvimos al puerto y embarcamos a las cuatro y media. Una hora después el barco zarpaba y nos despedíamos de Tallin, una joya medieval en la costa del Mar Báltico.
Eso sí, antes de acostarnos adelantamos nuestros relojes una hora para adaptarnos al horario de San Petersburgo, nuestra siguiente escala.
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