Tras abandonar Venecia, nuestra última parada italiana, nos dirigimos hacia el oeste de Austria, concretamente hacia la región del Tirol. Para ello atravesamos la región montañesa de los Dolomitas, los montes más emblemáticos de Italia por una carretera llena de curvas. Durante el recorrido pasamos por pueblecitos de montaña encantadores como Cortina d’Ambrezzo, con sus casitas bajas, sus tejados inclinados y sus verdes valles y frondosos bosques a pie de carretera. Un espectáculo para la vista que nos acompañara durante todo el trayecto y que no nos abandonará durante nuestra estancia en los alpes tiroleses.
He de decir que con el cambio de país no sólo notamos una diferencia de altura respecto a la zona llana de Venecia, sino también de temperatura. En un día pasamos de estar de 31 ºC e ir en tirantes, a 11ºC. Y es que el clima de montaña se hace notar. No pensamos que fuera tanta la diferencia de temperatura en pleno mes de agosto pero así fue, así que al llegar a Kirchberg, nuestro pueblo-centro de operaciones en Austria, lo primero que hicimos fue comprarnos unos jerseys de abrigo en el super. Tampoco nos imaginamos que por esta zona lloviera tanto, y es que, de los cinco días que estuvimos, la mayor parte del tiempo lloviznaba, aunque nosotros no nos amedrentamos y salimos cada día de excursión.
La verdad es que no me había informado mucho sobre la zona del Tirol, simplemente pensaba que me encontraría paisajes similares a los que veía en Heidi, y lo cierto es que no me defraudaron para nada. La zona del Tirol austríaca posee un encanto muy particular. Todas las casitas son bajas, de dos o tres plantas como mucho, y todas ellas cuentan con unos balcones llenos de flores de alegres colores. Los pueblos que encontramos a nuestro paso eran muy parecidos los unos a los otros: pueblos pequeños que rodeaban una iglesia con un campanario muy afilado y una tranquilidad infinita. El lugar ideal para perderse unos días y desconectar de la gran ciudad.
A nuestra llegada a Kirchberg, la principal preocupación era encontrar nuestra pensión (se llamaba Pensión Wieshof). Teníamos una fotografía de la página de Internet a través de la cual habíamos realizado la reserva pero, viendo el panorama de que todas las casas eran muy parecidas, no teníamos claro si la encontraríamos. Finalmente un buen hombre nos indicó cómo llegar y tras subir una pendiente llegamos a nuestra pensión, enfilada en el valle y con unas vistas fabulosas del pueblo y de su entorno. Una villa encajada entre montañas que, en verano hacen las delicias de los excursionistas y en invierno conquistan a esquiadores venidos de Alemania y del resto de Europa.
Lo que más me cautivó del Tirol fue su contraste de colores. Sus verdes praderas alpinas delimitaban perfectamente con el verde oscuro de los bosques de abetos que sembraban las montañas y los tejados rojos de las casas desperdigados en medio de esta alfombra verde contrastaban mucho con lo que habíamos visto hasta ahora en nuestro viaje: ciudades con altos edificios y gran cantidad de turistas.
Aquí, el turismo llega con cuentagotas. No es una zona masificada sino todo lo contrario. El viajero que llega aquí no busca museos ni catedrales sino naturaleza y tranquilidad.
Tras conocer a la familia dueña de la pensión e instalarnos en nuestra habitación compuesta básicamente de una mesita, un baño y una cama cubierta con una funda nórdica. Pensamos que sería exagerado en pleno verano, pero por la noche vimos que no era así: hacía un frío tremendo! Descargamos el equipaje y dimos una vuelta por la ciudad. Visitamos su iglesia, paseamos por el margen del río, bajando con un gran caudal de agua, y descubrimos un pequeño lago en el otro extremo del pueblo, donde los niños disfrutaban de lo lindo a pesar de la temperatura.
Salzburgo >>
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