Al día siguiente decidimos explorar Innsbruck y los pueblecitos de su entorno. Salimos temprano camino de la famosa ciudad de saltos de esquí y capital de la región del Tirol. Como todo pueblo o gran ciudad lo más interesante para visitar es el casco antiguo. Su calle principal, Herzog-Friedrich Strasse, está rodeada de edificios barrocos con fachadas muy curiosas. Después de contemplar sus coloridas calles, la torre Stadtturn, y el Tejado Dorado o Goldenes Dachl, símbolo de la ciudad, que recibe su nombre porque está cubierto de 2.657 tejas de cobre dorado entramos en la catedral barroca de de Sant Jakob, en cuyo interior destacan sus bellos frescos. Junto a la iglesia encontramos el palacio imperial y paseamos por los jardines de sus alrededores. Innsbruck está rodeada de montañas e incluso en pleno verano, sus cimas están cubiertas de nieve, como podemos ver desde la ciudad.
Una vez visitada la capital paramos en alguno de los pueblos de sus alrededores, como Hall in Tirol, en mi opinión un timo para el turista, pues su mayor reclamo es la Torre de la Moneda, un pequeño castillo situado en medio de la villa. De vuelta hacia Kirchberg pasamos por la villa de Wattens, donde se encuentra la sede de la fábrica y museo del famoso cristal decorativo de Swarovski. No la visitamos por falta de tiempo, pues queríamos desviarnos a Achensee, para conocer el mayor lago del Tirol, de 9 km de longitud. Un tren a vapor recorre su contorno dando un agradable paseo a orillas de la laguna. A un lateral del lago vemos un embarcadero de madera de donde parten barcas de recreo y a lo lejos pequeñas playas de guijarros hacen las delicias de los veraneantes.
Nuestro cuarto día en Austria lo empezamos buscando las Cascadas Krimml (Krimmler Wasserfälle) unas cascadas muy conocidas por su enorme caída de 380 metros. Situadas en la parte noroeste del Parque Nacional de Hohe Tauern, junto a la frontera de los Estados de Salzburgo y el Tirol, las famosas cascadas del río Krimmler Ache fluyen desde el glaciar del mismo nombre, ubicado a una altitud de 3.000 metros. Nos conformamos con verlas desde lejos, desde la misma carretera, pues para llegar a ellas había que pagar entrada y, a estas alturas del viaje, el bolsillo ya no estaba para muchos gastos extras. Así que la observamos desde la carretera y continuamos nuestra ruta en coche por el Parque Nacional. La verdad es que el paisaje es inolvidable, con sus cadenas montañosas, sus frondosos bosques de abetos, sus verdes valles, sus casas de tejados de madera y balcones con alegres flores, y las vacas pastando al borde de la carretera. Esto sí nos llamó la atención porque tuvimos que aminorar la velocidad en un par de ocasiones debido a que las vacas pastan libremente por el campo y muchas de ellas invaden incluso la carretera. Eso sí, tranquilamente, sin estresarse se paran junto a tu coche y te miran con curiosidad hasta que finalmente optan por tumbarse de nuevo en la hierba del borde de la carretera. Una experiencia que, desde luego, para una urbanita como yo fue toda una vivencia nueva.
Según nuestra guía, por aquí íbamos bien encaminados hacia nuestro destino, el glaciar Tuxer (Tuxer Ferner), en el valle de Tuxertal, situado en las estribaciones de Hohe Tauern. Por el camino pasamos por diferentes valles y observamos pintorescas poblaciones donde el deporte rey en verano parece ser el senderismo, seguido del ciclismo ya que observamos a familias enteras practicándolos. Finalmente llegamos a Hintertux, el pueblo donde finaliza la carretera y comienza el gran glaciar. Un gran parking repleto de coches y autocares nos espera para que dejemos en él el vehículo y cojamos un funicular que nos transportará al glaciar. Bueno, al menos esta era nuestra intención hasta que, una vez en taquilla, nos enteramos de la exageración del precio. De nuevo, sintiéndolo mucho, nos conformamos con ver el glaciar desde la distancia. Qué se le va a hacer, en otra ocasión será.
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