El día siguiente comenzó temprano. Sobre las 7 de la mañana. El objetivo era, en primer lugar, encontrar el famoso Canal de Corinto, que no habíamos conseguido ver el día anterior, y a continuación ir parando en los diferentes recintos arqueológicos que nos encontráramos por el camino de regreso como Nemea, la antigua ciudad de Corinto, Argos y, si daba tiempo, desviarnos hacia el santuario de Epidauro para visitar su teatro.
Regresar a Corinto fue fácil. Simplemente debíamos seguir la misma carretera del día anterior y estar atentos a la señalización para localizar donde se encontraba exactamente el puente desde donde poder ver el Canal, que une el mar Egeo con el Adriático y que actualmente está poco transitado. Tras hora y media de dar vueltas sin resultado por la ciudad de Corinto y casi a punto de darnos por vencidos y abandonar la búsqueda (pues estábamos cansados de ver el puente sin encontrar el camino que nos condujera a él) llegamos de casualidad. Nos bajamos del coche, cruzamos el puente, nos paramos en el centro de éste y miramos hacia abajo. El Canal tiene más de 6 km de longitud (6.343 metros) y 23 metros de ancho. Su apertura se realizó entre 1883 y 1893 y está excavado entre dos altas paredes de roca totalmente perpendiculares. El canal comunica las aguas del Mar Egeo con las del Jónico. Después de verlo, no sé exactamente porqué, pero la verdad es que esperaba algo más espectacular.
Tras hacernos la foto de rigor con el Canal como telón de fondo, volvimos al coche y llegamos a las ruinas de la antigua ciudad griega de Nemea, célebre por el león que aquí mató Hércules. Bueno, en realidad nos perdimos y descubrimos en medio de las montañas sembradas de viñedos, este pequeño recinto arqueológico del cual se conserva muy poco en pie: un templo dedicado al dios Zeus, del siglo IV, del que se conservan tres columnas dóricas originales y recientemente se han reconstruido tres más; las termas, cubiertas en la actualidad bajo una carpa moderna para preservarla de la intemperie; y el estadio, situado 500 metros al este y recientemente descubierto. Básicamente una gran explanada que mantiene la forma rectangular del estadio pero que no conserva nada de su gradería por estar hoy en día cubierta de tierra y vegetación. El estadio, construido en el siglo IV a.C, tenía una capacidad de 40.000 espectadores y en él se celebraban los Juegos Nemeos. Cuenta con la entrada en forma de túnel más antigua que se conoce.
De nuevo en ruta, encontramos finalmente la antigua ciudad de Corinto. Fundada en el neolítico, la ciudad fue arrasada por los romanos en el año 146 a.C, reconstruida por los mismos un siglo después, y llegó a tener 750.000 habitantes bajo el patronazgo imperial. De hecho, en su totalidad, las ruinas de esta ciudad constituyen el complejo urbano romano más grande de Grecia. Se conservan parcialmente algunos edificios por lo que resulta relativamente fácil terminar de completarlos mentalmente, aunque la mayor parte del suelo está plagada de piedras. La acrópolis está situada en terreno llano, y antes de entrar cruzar la carretera que conduce a la entrada, encontramos los restos de un teatro y un odeón griegos y una vez dentro del recinto arqueológico. Esta carretera conduce al Acrocorinto, fortaleza situada en lo alto de una montaña que no visitaremos por falta de tiempo.
Tras hacernos la foto de rigor con el Canal como telón de fondo, volvimos al coche y llegamos a las ruinas de la antigua ciudad griega de Nemea, célebre por el león que aquí mató Hércules. Bueno, en realidad nos perdimos y descubrimos en medio de las montañas sembradas de viñedos, este pequeño recinto arqueológico del cual se conserva muy poco en pie: un templo dedicado al dios Zeus, del siglo IV, del que se conservan tres columnas dóricas originales y recientemente se han reconstruido tres más; las termas, cubiertas en la actualidad bajo una carpa moderna para preservarla de la intemperie; y el estadio, situado 500 metros al este y recientemente descubierto. Básicamente una gran explanada que mantiene la forma rectangular del estadio pero que no conserva nada de su gradería por estar hoy en día cubierta de tierra y vegetación. El estadio, construido en el siglo IV a.C, tenía una capacidad de 40.000 espectadores y en él se celebraban los Juegos Nemeos. Cuenta con la entrada en forma de túnel más antigua que se conoce.
De nuevo en ruta, encontramos finalmente la antigua ciudad de Corinto. Fundada en el neolítico, la ciudad fue arrasada por los romanos en el año 146 a.C, reconstruida por los mismos un siglo después, y llegó a tener 750.000 habitantes bajo el patronazgo imperial. De hecho, en su totalidad, las ruinas de esta ciudad constituyen el complejo urbano romano más grande de Grecia. Se conservan parcialmente algunos edificios por lo que resulta relativamente fácil terminar de completarlos mentalmente, aunque la mayor parte del suelo está plagada de piedras. La acrópolis está situada en terreno llano, y antes de entrar cruzar la carretera que conduce a la entrada, encontramos los restos de un teatro y un odeón griegos y una vez dentro del recinto arqueológico. Esta carretera conduce al Acrocorinto, fortaleza situada en lo alto de una montaña que no visitaremos por falta de tiempo.
Ya dentro del recinto, lo primero que encontramos a nuestra izquierda es un monolito cúbico y tras él los restos del Templo de Apolo, uno de los pocos edificios conservado por los romanos cuando reconstruyeron el lugar en el año 46 a.C. Seguimos caminando que llegamos a una gran explanada que albergaba el ágora, el centro de la vida cívica romana. Al final del ágora se abre una amplia avenida aún pavimentada, la vía de Lequeo, que unía el puerto de Lequeo con la ciudad. A ambos lados de esta vía principal se levantaban, entre otros edificios, una basílica, de la que sólo quedan piedras esparcidas por el suelo, y la fuente de Peirene, que todavía abastece con su agua al pueblo moderno. Al final de la vía Lequeo encontramos la salida del recinto, pero como aún nos queda parte del recinto por recorrer, volvemos sobre nuestros pasos y regresamos al ágora, rodeándola por su lado sur y descubriendo los restos de otros edificios entre ellos el Bouleterion y las tres columnas corintias que quedan en pie de un antiguo templo dedicado a la hermana del emperador Augusto.
Para terminar la visita a la ciudadela, entramos en su museo, que expone tesoros encontrados en el yacimiento: piezas del estilo micénico y de los períodos protocorintio y corintio, así como una sección dedicada a las esculturas y relieves de la época romana en la que destacan dos estatuas colosales de bárbaros prisioneros y mosaicos del siglo II d.C, levantados de los suelos de las villas cercanas, cerámicas, frontones helenísticos, etc.
Son las dos del mediodía y estamos hambrientos. Comemos en una terracita un gyros pita, el gran descubrimiento gastronómico del viaje por su calidad precio. Es el tentempié ideal y sencillo de preparar. Consiste en pan de pita relleno de trozos de carne de ternera, una salsa de yogur típica griega (tzatziki) y cebolla. Ideal para comer rápido y barato cuando se va de excursión
Cogemos de nuevo el coche dirección sur. Próxima parada, Argos. En este pueblo, cercano a Nauplia, se encuentra uno de los teatros más grandes y más empinados de toda Grecia. La verdad es que comenzamos a estar un poco saturados de ver tanta piedra pero hemos fijado unos lugares a visitar en este viaje, y tenemos la intención de verlos todos.
Tras recorrer todo Argos, finalmente localizamos el teatro pero, lástima, llegamos con media hora de retraso respecto a la hora de cierre. Así que tenemos que conformarnos con verlo de lejos desde la reja de entrada. Mala suerte. El teatro está excavado en la roca y data del principios del siglo III a.C. Tenía una capacidad para 20.000 espectadores. En las laderas de la colina-fortaleza de Larisa quedan restos arqueológicos de la antigua ágora, el odeón, el santuario de Afrodita y de las termas romanas.
Desde allí, nos dirigimos hacia el este para hacer la última visita del día a un recinto arqueológico. Una hora de viaje por carretera de curvas y viendo el mismo paisaje montañoso y seco que caracteriza el Peloponeso, hasta que finalmente llegamos al Santuario de Epidauro, situado en una zona bastante aislada.
Para terminar la visita a la ciudadela, entramos en su museo, que expone tesoros encontrados en el yacimiento: piezas del estilo micénico y de los períodos protocorintio y corintio, así como una sección dedicada a las esculturas y relieves de la época romana en la que destacan dos estatuas colosales de bárbaros prisioneros y mosaicos del siglo II d.C, levantados de los suelos de las villas cercanas, cerámicas, frontones helenísticos, etc.
Son las dos del mediodía y estamos hambrientos. Comemos en una terracita un gyros pita, el gran descubrimiento gastronómico del viaje por su calidad precio. Es el tentempié ideal y sencillo de preparar. Consiste en pan de pita relleno de trozos de carne de ternera, una salsa de yogur típica griega (tzatziki) y cebolla. Ideal para comer rápido y barato cuando se va de excursión
Cogemos de nuevo el coche dirección sur. Próxima parada, Argos. En este pueblo, cercano a Nauplia, se encuentra uno de los teatros más grandes y más empinados de toda Grecia. La verdad es que comenzamos a estar un poco saturados de ver tanta piedra pero hemos fijado unos lugares a visitar en este viaje, y tenemos la intención de verlos todos.
Tras recorrer todo Argos, finalmente localizamos el teatro pero, lástima, llegamos con media hora de retraso respecto a la hora de cierre. Así que tenemos que conformarnos con verlo de lejos desde la reja de entrada. Mala suerte. El teatro está excavado en la roca y data del principios del siglo III a.C. Tenía una capacidad para 20.000 espectadores. En las laderas de la colina-fortaleza de Larisa quedan restos arqueológicos de la antigua ágora, el odeón, el santuario de Afrodita y de las termas romanas.
Desde allí, nos dirigimos hacia el este para hacer la última visita del día a un recinto arqueológico. Una hora de viaje por carretera de curvas y viendo el mismo paisaje montañoso y seco que caracteriza el Peloponeso, hasta que finalmente llegamos al Santuario de Epidauro, situado en una zona bastante aislada.
El Santuario de Epidauro fue un centro terapéutico y religioso dedicado al dios sanador Asclepio, pero nosotros venimos hasta aquí con la intención de ver la estrella del recinto, su grandioso teatro, famoso por su acústica casi perfecta. Gracias a su remota ubicación, el teatro no ha sufrido robos de piedra de su estructura, que no se ha restaurado hasta hace poco. En verano se representa un festival estival de teatro clásico. La verdad es que está magníficamente conservado y sus enormes dimensiones impresionan al visitante. El teatro consta de 55 filas. Las 34 primeras son originales, y datan del siglo IV a.C, mientras que las 21 últimas las añadieron los romanos tiempo después. El turista tiene total libertad de movimientos para explorar el teatro, a diferencia de los teatros vistos hasta ahora, en Atenas y Argos, vallados al público. Por no hablar de las vistas panorámicas que se tienen desde su última fila. El teatro podía llegar a albergar a 12.300 espectadores.
Desde el teatro, situado en la pendiente de una colina, bajamos hacia el Asklepieion o santuario de Asklepio en el que se están realizando excavaciones, motivo por el cual muchos de sus monumentos no pueden visitarse. Pasamos rodeando todo el yacimiento por un camino de arena desde el que vemos los cimientos de un edificio circular y el estadio, que conserva parte de sus gradas de piedra. A ambos lados del camino unas cuerdas impiden al visitante entrar dentro de la zona arqueológica.
Finalizamos el recorrido por Epidauro y damos por concluido el día de visitas culturales. Llega un momento en que el cuerpo está saturado de ver tantísimas piedras esparcidas por el suelo de manera desordenada. Estamos empapados de cultura griega y ahora nuestros pies nos piden un poco de descanso, así que regresamos a Nauplia para darnos una ducha relajante y vestirnos para salir a cenar. Una jornada intensa y agotadora, pero muy enriquecedora.
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