Su capital: Atenas

Aquí comienza la siguiente entrega de mi “me molo mucho” particular, como ha bautizado mi marido las crónicas de nuestras vacaciones. En esta ocasión explicaré nuestro viaje a Grecia. Un viaje muy variado en el que visitamos Atenas, algunas de las ciudades más importantes de la península del Peloponeso como Nauplia, Olimpia y Delfos, y las dos islas Cícladas de Santorini y Mykonos. Fueron 15 días, en los que nos dio tiempo a explorar y descubrir gran parte de la cultura griega, su gastronomía y sus gentes.

La primera parada de nuestro viaje fue Atenas, la capital del país. El trayecto en avión desde Barcelona es de casi tres horas sin escalas. Una vez llegas, lo primero es modificar el reloj y retrasarlo una hora (+1MG) así que, en realidad, pierdes una hora de visitar lugares, pero bueno, qué le vamos a hacer. A la vuelta recuperaremos esa hora.

Nuestro vuelo llegaba al aeropuerto griego de Venizelos a las 17:00 de la tarde, por lo que ya teníamos asumido que esa primera tarde en Atenas sería un primer contacto con sus calles. Desde el aeropuerto, a unos 40 km de Atenas, cogimos un taxi hasta el hotel Hesperia Palace, nuestro alojamiento en la ciudad. Una carrera de tres cuartos de hora por autopista. Una vez instalados en el hotel, salimos a recorrer el centro de Atenas, comenzando por la plaza Sintagma, o Plaza de la Constitución, a sólo 5 minutos del hotel. 

Plaza Sintagma Atenas

Esta plaza es la más famosa de la ciudad. Junto a ella se alza el Parlamento Griego –antiguo Palacio Real- y, a los pies de éste, la tumba al soldado desconocido, custodiada día y noche por dos soldados, llamados evzones, que en las horas en punto realizan un solemne cambio de guardia ante el monumento. Estos guardias desfilan con el traje nacional griego, una vestimenta, a mi parecer, un poco llamativa, siendo su calzado el detalle que más llama la atención al turista. Unos zuecos adornados con una borla en su punta y con suela metálica como los bailarines de claqué. Durante su guardia, los soldados permanecen en todo momento firmes y serios excepto cuando han de hacer el cambio de guardia. En ese momento, su semblante sigue serio pero, fusil al hombro, desfilan alrededor de la tumba levantando exageradamente las rodillas y caminando como auténticos robots programados.

Tras presenciar curioso cambio de guardia de las 18:00, nos dirigimos a una gran avenida comercial que hay junto a la plaza Sintagma y, nos desviamos por una estrecha callejuela en dirección al famoso barrio de Plaka. Durante el recorrido pasamos junto a la catedral de Atenas, Mitrópoli, construida la segunda mitad del siglo XIX y actualmente en obras, ante la cual se alza la estatua de un sacerdote ortodoxo. Desde aquí nos adentramos en Plaka, un barrio muy animado lleno de tiendas de souvenirs y restaurantes con terracitas. El paraíso para el turista que busca regalos típicos para toda la familia. Paseando por sus tiendas encontramos artesanía (cerámicas, jarrones con dibujos de la mitología griega, figuras decorativas de las islas cícladas hechas de piedra volcánica y de mármol, estatuillas de bronce, utensilios de adorno...), gran variedad de tableros de ajedrez, auténticas esponjas de mar, todo tipo de artículos de cuero (bolsos, carteras y sandalias), bordados y tapices de colores, camisetas, especias, aceites, libros sobre la cultura y gastronomía griega... Un sinfín de souvenirs. Pero, a su vez, también encontramos gran cantidad de joyerías en cuyos escaparates se exponen todo tipo de cadenas, sortijas y pendientes de plata y oro. Es imposible dar una vuelta por Plaka y no comprar algo, tanto por su variedad como por sus precios, muy asequibles.

Barrio de Plaka de Atenas

Tras entrar a más de una tienda y curiosear la carta de varios restaurantes de la zona nos decidimos por una típica taberna griega y nos sentamos en su terraza. El camarero, muy amable, nos ofreció la carta y, tras deliberar unos instantes, decidimos pedir una ensalada y una mousaka para cada uno acompañada de una bebida típica griega denominada Ouzo. Ingenuos de nosotros. Pensábamos que era un vino de la zona. No podíamos imaginar que el Ouzo era un licor de 40 grados y que tenía un fuerte sabor a anís. Si lo hubiéramos sabido no lo habríamos pedido, eso seguro. De hecho, no volvimos a pedir Ouzo en todo el viaje. Una vez terminamos de cenar, tras dejar media botella del licor sin probar, volvimos al hotel dando un romántico paseo veraniego. Era temprano, las ocho y media de la tarde y ya estábamos cenamos, cosa increíble. Y es que el cambio horario, aunque sólo fuera de una hora, se notaba.




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