Al día siguiente abandonamos Nauplia. Tras levantarnos a las 6 de la mañana, con unas ojeras considerables, emprendimos el camino hacia Olimpia, nuestro próximo destino. Estamos en la costa este del Peloponeso y Olimpia está cerca de su extremo oeste por lo que hemos de atravesar la península de lado a lado por unas carreteras de montaña que, sinceramente, necesitarían mejorarse. Son carreteras de un único carril en ambos sentidos y con curvas muy cerradas, por lo que has de ir continuamente tocando el claxon para no chocar de frente en estos tramos. Por no hablar de la manera de conducir en Grecia, donde los arcenes se utilizan como segundo carril de conducción. A los griegos les gusta apretar el acelerador, por lo tanto, si a un conductor le gusta ir disfrutando del paisaje e ir más despacio, utiliza el arcén para transitar por él. De esta manera los coches que van rápido pueden circular tranquilamente por el carril legal, por así decirlo.
Merece la pena mencionar que durante el viaje hacia Olimpia, continuamente aparecen pequeñas capillas junto a la carretera. No sabemos con exactitud porqué pero parecen recordatorios de personas fallecidas en accidente de tráfico. Puede que sea una manera de recordar a los conductores lo que les puede pasar si circulan imprudentemente. Dentro de estas capillas vemos la fotografía de personas o un pequeño recipiente en su interior.
Tras tres horas de ruta, llegamos a Olimpia, un pequeño pueblo de montaña en el que se encuentran las ruinas del antiguo santuario, centro religioso y atlético durante más de 1000 años. Cada cuatro años representantes masculinos de todas las ciudades griegas se reunían en Olimpia para celebrar los Juegos atléticos en honor a Zeus. Dejamos las maletas en el hotel y empezamos nuestra exploración por recinto que albergó los primeros juegos olímpicos de la historia en el año 776 a.C.
En sus inicios, los atletas competían desnudos y las mujeres no podían asistir como espectadoras. El antiguo pentatlón consistía en velocidad, lucha, lanzamiento de jabalina y disco, y salto de longitud (con la ayuda de lastres). Años después se añadieron el boxeo, la equitación y las competiciones entre niños. El santuario disponía de un espacio enorme para la celebración de los juegos. Bajo el dominio romano predominó el culto a Zeus, al que se le dedicaban los juegos. En el centro del recinto olímpico se alzaba un templo, con una gran estatua del dios, en su honor.
Hoy en día queda muy poco en pie de los edificios construidos en el recinto. La palestra es el primer edificio que el visitante descubre a su derecha cuando entra al santuario. Era un centro de entrenamiento para los atletas. Gran parte de la columnata que rodeaba el patio central se ha reconstruido. Frente a la palestra se encuentra el philippeion, un pequeño templo circular encargado por Filipo II en honor de la dinastía de reyes macedonios. Tras este templo quedan los restos de un templo dedicado a la diosa Hera, uno de los más antiguos de Grecia (siglo VII a C). Siguiendo el recorrido vemos unos pequeños templos que albergaban los tesoros y llegamos a la entrada del inmenso estadio olímpico en el que ha desaparecido la gradería. Continuamos la visita entrando en el Templo de Zeus, de que sólo quedan tambores de las columnas y otras secciones esparcidos por el suelo, y paseamos alrededor del bouleterion o cámara del consejo y del leonidaion, donde se hospedaban los invitados distinguidos. Finalmente rodeamos el taller de fidias y los restos de una basílica. Nos quedaríamos más tiempo pero el calor que hace a las dos del mediodía lo impide y el cuerpo pide hidratación y una sombra desesperadamente. Así que abandonamos el recinto olímpico, acompañados del sonido de las chicharras, que no han dejado de cantar desde que entramos en el Peloponeso, y nos acercamos al Museo Arqueológico, construido cerca del terreno de las excavaciones.
El Museo de Olimpia expone los hallazgos arqueológicos descubiertos en el recinto. Entre ellos, el frontón oriental y occidental del templo de Zeus, armaduras, piezas de bronce, decenas de estatuillas, fragmentos en arcilla, una sala dedicada a la decoración escultórica del templo de Zeus, doce metopas y dos frontones colosales de mármol, y la estatua del conocido Hermes con el niño Dionisos, de Praxíteles, descubierto en el Heraion.
Podemos decir que lo que veníamos a ver a Olimpia ya está visto así que nos acercarnos al pueblo a comer en una taberna. Tras dar un paseo por el pequeño pueblo, cuyo eje central es la carretera principal y ambas calles secundarias paralelas, subimos a nuestro hotel, situado en la pendiente de la montaña. Hemos elegido un buen hotel, dispone incluso de piscina, así que dedicamos a pasar la tarde bañándonos en ella y relajándonos. Más tarde bajamos al pueblo a cenar y comprar algunos recuerdos para la familia, pues el pueblo está repleto de joyerías y tiendas de souvenirs para el turista.
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