Nos despertamos a las ocho de un
soleado día en Besançon. Cargamos el coche y seguimos la ruta hacia Colmar. Son unos 200 km
de trayecto, una excursión comparada con el día anterior. La entrada al
apartamento que hemos alquilado en Colmar es a partir del mediodía así que nos
da tiempo de sobra a llegar, perdernos hasta encontrar la dirección y ver un
poco los alrededores del estudio, situado en plena plaza del Ayuntamiento.
La situación del apartamento es
perfecta y me encanta. El supermercado está junto al portal, la plaza tiene una
fuente en el centro preciosa, la oficina de turismo está en uno de sus
laterales, el Ayuntamiento en el otro, y directamente se accede a la calle
comercial de la ciudad.
El interior del apartamento
también está muy bien. Cocina y comedor comparten espacio, una habitación doble
y baño. Suficiente para una pareja con niños. Disponen de cuna y de un sofá
cama así que caben hasta cuatro personas. Los dos únicos inconvenientes: uno,
que es un edificio antiguo y no dispone de ascensor. Hemos de subir y bajar
continuamente el carrito de Aitor. Y dos, que no dispone de lavadora. Eso si a
dos calles hay un autoservicio de lavandería a buen precio. Subimos el equipaje, deshacemos las maletas y bajamos al
supermercado a por comida. Es mediodía y es una suerte que lo tengamos tan
cerca porque no hemos de cargar en exceso.
Después de la siesta de mi hijo salimos a descubrir Colmar. Su calle comercial está muy animada y pasean muchos
turistas tanto a pie como en bici. Lo que más me llama la atención son las
fachadas de los edificios, muy coloridas por la presencia constante de las flores y sus entramados de madera, y sus carteles de hierro
forjado informando del establecimiento que ocupa los bajos del edificio. Colmar
me cautivó desde el primer día.
Incluida en la ruta de los vinos
de Alsacia (el valle del Rhin es conocido por sus extensos viñedos) Colmar es
un enclave perfecto para conocer los pueblos floridos que lo rodean. Está cerca
de otras ciudades turísticas que permiten al visitante hacer multitud de
excursiones a lugares muy diferentes: desde la Selva Negra, a la Ligne Maginot,
o a los lagos suizos de Lucerna o Thun. Y su entorno es ideal para recorrer en
bicicleta con la familia.
La capital de la
región del Alto Rhin, es una ciudad tranquila. Me sentí segura paseando por sus
calles, sin aglomeraciones. Circulan dos trenes turísticos, el tren blanco y el
tren verde. Y los dos realizan un recorrido por los rincones más encantadores
de Colmar como la pequeña Venecia, un pequeño canal navegable que circula por
el centro del casco antiguo de la ciudad; su Catedral, dedicada a St-Martín, de
estilo gótico (siglos XIII y XIV),; la iglesia de los Dominicos, también de
estilo gótico (siglo XIV); la iglesia protestante de Saint Matthieu (siglo
XIV), la biblioteca; Antiguo convento de los Dominicos (siglo XVIII); el barrio
de los curtidores; la Casa de las Cabezas, de 1609,;la casa Pfister (1537) o el
museo dedicado a su hijo predilecto, Bartholdi, escultor de la Estatua de la
Libertad de Nueva York.. Por nombrar algunos de sus monumentos más destacados. Precisamente
en honor a Bartholdi se erige una estatua e incluso una recreación a pequeña
escala de la famosa escultura de la Estatua de la Libertad, situada ésta en un
lugar de difícil acceso a pie, pues se encuentra en el centro de una rotonda
saliendo de Colmar.
Frédéric August Bartholdi nació en Colmar en 1834 y en su ciudad natal
estudió Arquitectura. Después viajó a París para estudiar pintura pero pronto
se especializó en la escultura. Su creación más célebre es La estatua de la
Libertad (1875-1884, puerto de Nueva York), erigida para recordar la ayuda
francesa al proceso de independencia de Estados Unidos. También es el creador
del monumental León de Belfort (a imitación del León de Lucerna), esculpido en un acantilado para
celebrar la heroica resistencia de la ciudad en el asedio de 1870-71 durante la
Guerra Franco-Prusiana.
Seguimos nuestro
paseo y llegamos al parque del Champs de Mars, el más grande de la villa, y nos
acercamos a su tiovivo centenario, que hace las delicias de los más pequeños a
un precio muy económico. Mi hijo, sin ir más lejos, fue verlo, montarse y no
querer bajar de los caballitos. Junto al tiovivo hay un parque infantil y el
resto del parque es lo suficientemente grande para que los niños puedan correr
sin peligro a ser atropellados por bicis o coches.
Así pasamos la
tarde del primer día, paseando, tomando un helado y montando a nuestro hijo en
el tiovivo.
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