Es domingo. Último día de
vacaciones. Decidimos dedicarlo a explorar el departamento del Lot, en la
región de Midi-Pyrénéés. Al ser la excursión más alejada (unos 50 km), haremos picnic por el camino así que
preparamos la comida, nos vestimos y al coche. Salimos sobre las nueve de la
mañana.
La primera parada es Rocamadour. Los mapas la marcan como destino
imprescindible en la zona. No sólo por la belleza del pueblo, encaramado al
acantilado, sino por ser también parada de peregrinaje hacia Santiago. No
pudimos visitarla porque está enclavada en una montaña y nosotros viajamos
limitados por el carrito doble. Subir y bajar montañas con él nos agota así que
hemos de conformarnos con verla desde el mirador del pueblecito de
l’Hospitalet.
Parece ser que Rocamadour se
convirtió en uno de los más célebres centros de peregrinación tras una sucesión
de milagros y el descubrimiento, en 1166, de una antigua tumba y un sepulcro
que contenía un cuerpo intacto, dicen que era del ermitaño cristiano roc amator
(amante de la roca), del que el pueblo tomó el nombre.
Seguimos ruta hacia el Bosque de los Monos (La Foret des
Singes), también en Rocamadour. Llegamos sobre las doce del mediodía y, al
entrar en el recinto del parque lo primero que encontramos es una zona de
picnic así que decidimos comer primero y visitarlo después. Tras el ágape, empezamos
la visita. Antes de entrar te dan un puñado de palomitas y te explican las
normas del parque (no dar de comer a los monos otra cosa que no sean esas
palomitas y mantener una distancia de un metro con ellos). Seguimos el
recorrido marcado y nos vamos encontrando a nuestro paso monos a ambos lados
del camino. Esperan tranquilamente a que nos paremos y les ofrezcamos palomitas
en la mano. Ellos las cogen sin inmutarse y permanecen inmóviles mientras nos
alejamos y llegan otros nuevos turistas con nuevas palomitas. Durante el
recorrido vemos otros monos solitarios y varias familias de monos retozando en
el césped. Buenas fotos e ideal para los peques.
La visita da para una horita.
Subimos de nuevo al coche y nos dirigimos al último destino del día y de las vacaciones:
La Grotte de Padirac, descubierta
por el famoso espeleólogo Edouard-Alfred Martel, en 1889. Una cueva donde lo
más espectacular empieza con su entrada, un agujero impresionante. Hay que
bajar decenas de escaleras hasta la entrada a la gruta, aunque también es
posible descender en ascensor. El recorrido dura una hora y media y el
visitante recorre más de dos kilómetros a pie y en barco, a lo largo del río subterráneo, 103 metros bajo tierra. A esta profundidad, la temperatura baja a 13ºC. Mientras mi marido entraba con Aitor, yo me quedé esperando con las niñas en un parque que hay delante de la entrada, con mesas de picnic y césped donde tumbarse a echar la siesta. El comentario de mi marido tras salir de la cueva fue “¡espectacular!”. Mejor ir con reserva previa y así evitar largas colas.
Terminamos nuestra semana en la
Dordoña y nos queda una bonita sensación de haber aprovechado los días haciendo
actividades muy variadas orientadas sobre todo a los niños. Nuestra intención
era que Aitor se lo pasará bien y lo hemos conseguido. Está contentísimo. Además,
los paisajes son espectaculares. Un acierto. Dentro de unos años, cuando las
niñas tengan edad para subir en canoa y puedan entrar en cuevas sin temor a la
oscuridad, volveremos para disfrutar de todo lo que no hemos podido en esta
ocasión.
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