Suena el despertador a las cuatro de la madrugada e iniciamos la maquinaria: cargar maletas al coche, coger en brazos a los niños intentando no despertarlos, montarlos en el coche, organizar las bolsas para viajar lo más cómodos posible y avanti. Las niñas duermen pero para Aitor viajar de noche es toda una aventura y no se la quiere perder así que no se duerme hasta la frontera francesa. Avanzamos a buen ritmo y paramos a las nueve para almorzar porque las niñas se despiertan. Hemos hecho gran parte del recorrido y estamos a unos 100 km de destino. Perfecto.
Salimos de la autopista y, tras unos 50 km más de sinuosas carreteras secundarias entre montañas, llegamos a Sarlat-la-Canéda a las diez y media de la mañana. A primera vista parece un pueblo muy turístico por el tráfico que encontramos a la entrada del pueblo.
Dejamos el coche en uno de sus aparcamientos públicos gratuitos y buscamos el hotel Vila des Consuls. Por Internet tenía excelentes valoraciones y estaba en el centro del pueblo. Ideal para dar un paseo vespertino tras las excursiones del día y tomar un helado o cenar en una de sus múltiples terrazas. Nos alojamos en el apartamento Mirabeau, y reservamos una plaza de aparcamiento durante toda la estancia por comodidad (merece mucho la pena). David, el responsable, fue en todo momento muy amable y nos dejó acceder al apartamento antes de la hora prevista.
Declarada ciudad de interés histórico, Sarlat-la-Caneda posee la mayor concentración de fachadas medievales, renacentistas y del siglo XVII de toda Francia. Protegidos desde 1962, oficialmente, sus edificios constituyen un gran museo al aire libre, además de tener uno de los mejores mercados del país.
Comenzamos el paseo por rue de la République, la calle principal de Sarlat. Y en seguida nos metemos por su estrechas callejuelas y admiramos los edificios de fachadas antiguas. Es un pueblo encantador y muy animado. Hay una gran variedad de restaurantes donde degustar la cocina local. La Catedral, la plaza de la Liberté con sus terrazas, y su mercado cubierto, instalado dentro de una antigua iglesia parroquial. Su enorme puerta principal destaca por su altura. Debió ser una difícil tarea colocarla en su lugar.
El sábado hay mercado en Sarlat. Es uno de los más importantes del país y decidimos quedarnos en la ciudad para conocerlo. Se celebra en la plaza de la Liberté y la la rue de la République. Venden todo tipo de productos artesanales (ropa, sandalias de cuero, objetos tallados en madera, espejos decorados) y todo tipo de manjares elaborados con pato: foie gras, paté, salchichas, confit), así como trufas negras, todo tipo de quesos, pasteles y licores de nueces, embutido, etc. Merece la pena el paseo aunque enseguida se llenan las calles de turistas y es imposible avanzar.
Antes de viajar, estuve buscando por Internet restaurantes en Sarlat y algunos viajeros recomendaban los siguientes: Auberge du Mirandol, Chez Le Gaulois, L’Orangerie i Bistro de l’Octroi. Me habría encantado comer en alguno de ellos pero con nuestro cochecito doble era misión imposible. Nos conformamos con comprar paté de canard y vino de Bergerac y consumirlo en nuestra pequeña mesa del apartamento, con las niñas durmiendo a nuestro lado.
Por la tarde, tras abrir de nuevo las calles del centro de la ciudad al tráfico, subimos al coche y nos acercamos a visitar el pequeño pueblo de Saint Geniès, que estaba en fiestas. Está situado entre Sarlat y las cuevas de Lascaux, lo que más nos gustó fueron sus tejados de pizarra, su castillo y su iglesia de la Asunción.
Regresamos a Sarlat casi anocheciendo y pudimos disfrutar de un agradable paseo por las empedradas calles de la ciudad medieval, semivacía de turistas a estas horas. Eso sí, las mesas de las terrazas de los restaurantes continuaban repletas. Difícil encontrar una libre para cenar con espacio suficiente para nuestro carrito gemelar. No importa. Cena rápida en el apartamento y a dormir.
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