Siena y Florencia

Abandonamos Roma camino de Florencia. La salida de la ciudad volvió a ser un poco caótica. Nos perdimos. Finalmente, tras media hora de vueltas por las mismas calles encontramos la salida adecuada, abandonamos la región Dacia y empezamos a adentrarnos en la Toscana. El paisaje por esta zona era muy frondoso. Los campos estaban verdes y las montañas se alzaban a ambos lados de la autopista. No encontramos apenas tráfico, por lo que el viaje fue bastante agradable. 

Apenas dos horas después de dejar Roma, nos desviamos de nuestro rumbo hacia Siena, la villa medieval europea mejor conservada. Tomamos una tranquila carretera rodeada de los viñedos que dan el vino tinto más famoso de Italia. Desde las afueras del pueblo una torre domina el paisaje y nos hace de guía a lo que imaginamos es el centro de la villa. 




Llegamos un día muy especial, la víspera del Palio, la carrera de caballos que se celebra en la plaza de Il Campo dos veces
al año, el 2 de julio y el 16 de agosto, en honor a la 
Virgen. El Palio es la fiesta más espectacular de toda Italia. Un gran espectáculo clásico que consiste en tres vueltas a caballo, a pelo, a Il Campo. La carrera suele durar 90 segundos y realmente es una manifestación viva de las rivalidades y tradiciones que se han mantenido a lo largo de 700 años. La carrera muestra las rivalidades entre las contrade de Siena, los distritos similares a parroquias en que la ciudad ha estado dividida desde hace siglos. Actualmente existen 17 contrade, anteriormente llegaron a ser 42. Cada contrada tiene su propia iglesia, club social, bandera, emblema heráldico y un animal simbólico que a menudo le da nombre. Los día previos a la carrera tanto caballos como jinentes permanecen vigilados, pues parece ser normal las trampas entre rivales como el dopaje o secuestro de caballos o jinetes.  La carrera comienza hacia las siete de la tarde y es retransmitida por televisión. Todos los caballos, salvo uno, se reúnen dispuestos a iniciar la carrera, pero ésta sólo empieza cuando el jinete separado carga contra sus rivales. A partir de ese momento, todo vale. La única norma es que los jinetes tienen prohibido agarrar las riendas de otro corredor. Así pues la carrera resulta veloz, a la vez que violenta y peligrosa. La contrada ganadora celebrará durante semanas la victoria, mientras que las derrotadas quedaran resentidas.



Es pues un día muy animado, pues presenciamos los últimos preparativos para la carrera. Las calles están llenas de visitantes expectantes que vienen a disfrutar del ambiente festivo y a descubrir el encanto de esta villa. Paseamos por sus estrechas calles medievales y llegamos a la plaza más importante del pueblo y quizás de Italia en general, Il Campo (o Plaza del Campo),  construida en el siglo XIII. Una enorme plaza en forma de concha, alrededor de la cual ya están dispuestas las graderías desde donde algunos afortunados podrán presenciar cómodamente la carrera. El resto de visitantes tendrá que conformarse con ver la carrera de pie desde el centro de la plaza. Entre los edificios que rodean Il Campo destacan el Palazzo Púbblico, con el museo cívico, y la Cappella di Piazza, una logia de piedra, en gran parte gótica, situada a los pies de la Torre del Mangia. En sus fachadas ondean las banderas de las contrade de Siena y ante ellos desfilan tamborileros y portaestandartes vestidos con trajes medievales. Los operarios cubren el suelo de ladrillo con tierra, lo humedecen y alisan para que todo esté listo para el día siguiente.

Tras dar la vuelta a Il Campo nos adentramos por una de las preciosas callejuelas engalanadas que salen de la plaza y vamos a dar a la Loggia della Mercanzia, del siglo XV, con sus tres arcos góticos. Tras seguir diferentes calles vamos a dar a la parte trasera de la catedral de la ciudad, en mi opinión, preciosa, desde donde vamos a la Plaza del Duomo, una gran esplanada en la que destacan dos edificios: la catedral y el Museo Arqueológico. El actual Duomo es sólo una parte de lo que sus constructores pretendían que fuera. Debido al crecimiento de la población de Siena y de su riqueza, hacia el siglo XIV, los sieneses impulsaron el inicio de la nueva catedral, que habrí sido la mayor de su época si se hubiese realizado. Sin embargo, el proyecto fue abandonado por las luchas políticas y por el caos y el empobrecimiento que siguieron a la Peste Negra de 1348. Posteriormente se le añadieron elementos al ábside, completaron la parte superior de la fachada y, ya en el siglo XIX se le añadieron los tres mosaicos superiores.



La verdad es que tanto el exterior como el interior de la catedral destacan por su gran belleza y por estar estos día adornadas con los emblemas de las contrades que disputarán la carrera al día siguiente. Su interior contiene estatuas de Miguel Ángel, un púlpito precioso, y unos frescos, pinturas y esculturas excepcionales. En su interior, lo que me llamó la atención al alzar la vista fueron los numerosos bustos esculpidos en las paredes superiores, que representan a 172 papas y
36 emperadores del Sacro Imperio romano-germánico. Al bajar la vista, el visitante contempla que el pavimento está cubierto por 56 paneles de mármol grabado, muchos de ellos cubiertos para evitar el desgaste. Llaman también la atención el púlpito, situado al final de la nave, con sus famosos bajorrelieves de la Vida de Cristo, y el Retablo de Piccolomini. Lástima que no pudiéramos acercarnos a verlos con más detalle pues la catedral estaba llena de fieles, pues era misa de 12 y era posible avanzar y traspasar la valla de protección que habían colocado para prohibir el paso a los curiosos turistas.

Tras salir de la iglesia, nos adentramos de nuevo en las tranquilas calles de la villa y pasamos ante la Pinacoteca Nacional, un museo que guarda las obras pictóricas de los artistas sieneses de cinco siglos. Y finalmente regresamos al coche para proseguir nuestro camino a Florencia. Estamos contentos, porque hemos venido, sin pensarlo, el mejor día para visitar Siena. Un día para disfrutar del ambiente festivo pero sin las aglomeraciones que habrá el propio día de la carrera.


Tras una hora más de coche, llegamos a Florencia, encontramos el hotel y descargamos las maletas. Decidimos picar algo en la habitación y empezar el turismo por la ciudad esa misma tarde. El hotel estaba un poco apartado pero enseguida llegamos caminando al centro de la capital toscana. Nos sorprendió que no hubiera mucha gente por la calle pero era normal. Un domingo de agosto no apetece mucho salir con el calor y la mayoría de museos están cerrados. Suerte que dos de ellos sí abren: la Galería Medici y la Academia, así que pudimos aprovechar la tarde.


Comenzamos entrando al Palazzo Medici-Riccardi, una familia acaudalada y poderosa de la época que actuaba como mecenas de diferentes artistas, a los que ayudaba económicamente a exponer sus obras. Este palacio fue la residencia de los Médicis durante casi un siglo y su principal sede en la ciudad desde 1462 a 1540, cuando Cosme I trasladó la corte de los Médicis al Palazzo Vecchio. El palacio en sí se visita pronto. Cuenta con varias salas de pintura, entre las que destaca una la Cappella dei Magi, una pequeña capilla decorada con un fresco de tres escenas, de Benozzo Gozzoli, en una de las cuales destaca un joven a caballo, supuestamente se trata del rey Lorenzo el Magnífico. Pero no es el único miembro de la familia Médicis que figura retratado como protagonista de las pinturas. También aparecen Cosme y Pedro de Médicis, entre otros. La capilla está vigilada continuamente por un guardia de seguridad para evitar que los visitantes toquen o fotografíen los frescos, adornados con hojas de pan de oro. Acabamos de visitar el palacio paseando por otras dos estancias del edificio, cuyos techos y paredes están totalmente pintados con frescos  muy trabajados.


Tras salir del palacio, un poco decepcionados porque creíamos que valdría más la pena visitarlo, nos dirigimos a la Galleria dell’Accademia para contemplar al famoso David de Miguel Ángel. La verdad es que fuimos de decepción en decepción. Lo más importante del museo es la enorme escultura de mármol de David, al cual está prohibido fotografiar o filmar. El artista la esculpió en un solo bloque de mármol de 5 metros de alto, que además era considerado defectuoso, por lo que la hazaña aún tiene más mérito, cuando sólo tenía 26 años y representa a David, el pastor israelita que mató a Goliat. Anteriormente estaba emplazado en la Plaza della Signoria, pero en el siglo XIX fue trasladado a la Academia, donde permanece desde entonces.

El resto de salas del museo exponen otras esculturas y obras de arte de temática religiosa. Multitud de madonas bizantinas, santos y visitaciones. Una temática que, particularmente, no nos interesa mucho. No obstante, la culpa es nuestra por no informarnos previamente del contenido del museo. Ver el David merece los diez euros que pagas de entrada pero no entiendo porqué prohíben fotografiarlo, pues no considero que se haga mal alguno a la obra y, sin embargo, hemos pagado el derecho a tener una imagen de recuerdo, sin tener que comprarla en la tienda del museo. En fin, para ser el primer día en la ciudad, no empezamos con buen pie, espero que mañana sea mejor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario