Fue una
lástima que no pudiéramos visitarlas porque estaban cerradas al público esos
días. Sin embargo sí entramos a su museo, que forma parte del museo Nacional
Romano, en el que se expone una gran colección de piezas de cerámica,
utensilios de cocina, armas rudimentarias y lápidas con inscripciones antiguas
encontradas en diferentes yacimientos del país. El museo también cuenta en su
interior con un claustro, diseñado por Miguel Ángel, alrededor del cual se
hallan dispuestas diferentes estatuas romanas de piedra y mármol, la mayoría
incompletas.
Tras salir
del museo nos dirigimos a la iglesia de Santa Maria la Mayor, en una zona un
poco más apartada del centro, la colina Esquilino, uno de los distritos más
pobres de la ciudad. La verdad es que vemos poco turista paseando por aquí,
sobre todo turistas con la mochila al hombro camino de la estación de Termini,
muy cercana. Me cubro los hombros con una blusa, que llevo en la mochila para
estos momentos, en señal de respeto y entramos en la basílica. La verdad es que
llama mucho la atención la mezcla de estilos de su interior. Su triple nave
data del siglo V, mientras que el suelo en mármol y el campanario son medievales,
el artesonado del techo renacentista y las dos cúpulas de la iglesia y sus
fachadas barrocas. Paseamos por su nave central y nos desviamos a su nave
lateral, a la izquierda del altar mayor, donde se encuentra la Capella Sistina,
tumba del Papa Sixto V. Por último, contemplamos los mosaicos de los techos y
salimos a la plaza que se abre ante la iglesia. En su centro se erige un gran
obelisco egipcio, tan habituales ya en nuestro recorrido.
Desde aquí,
seguimos la via Merulana, una amplia calle que nos conducirá, tras 20 minutos
de camino, directamente a otra iglesia, San Juan de Letrán. Esta
basílica se encuentra junto al palacio Laterano, residencia pontificia durante
la Edad Media. Frente a la iglesia está la gran plaza de San Juan, que cuenta
con el obelisco egipcio más antiguo de Roma en el centro. Esta iglesia,
construida en el siglo IV es la más antigua de la ciudad. Actualmente, el Papa
celebra aquí los oficios de Jueves Santo y otorga la bendición anual a los
fieles. En su interior se conserva la forma primitiva de la basílica. Entramos
por la fachada norte, y lo primero que nos encontramos es con el baldaquino
gótico del altar mayor, que domina la nave central. Tras el baldaquino vemos el
ábside, al que no podemos acceder, y paseamos por los asientos, rodeados a
ambos lados por unas grandes estatuas de Cristo y sus apóstoles.
Después de la visita por el interior de
las termas, nos sentamos en un banco de los muchos que hay en los jardines que
rodean las ruinas a comer el bocadillo. Mientras comemos observamos que junto a
nosotros operarios desmontan una gran gradería. Estos días parece que se ha
representado algún concierto en el complejo y ahora están retirando el
escenario. Las palomas acuden a picotear las migas que caen a nuestro
alrededor. Me ponen nerviosa pues se acercan muchas a la vez y no me dejan
comer tranquila.
Tras salir del
recinto de las termas, aprovechamos para pasear por alguno de los lugares
visitados los días anteriores pero deleitándonos en los pequeños detalles que
se nos pudieron pasar la primera vez. Volvemos a la Fontana di Trevi y miramos
recuerdos en las tiendas de sus alrededores. Parece que los souvenirs más
característicos de Italia son todo tipo de figuras realizadas en cristal de
Murano, el mármol, la piel y la pasta. Multitud de pequeños comercios se juntan
en esta zona para ofrecer al turista todo tipo de recuerdos del viaje.
Regresamos al hotel, nos cambiamos y volvemos para cenar en una de estas
trattorías, que hipnotizan al futuro cliente por los aromas que salen de sus
cocinas. Una excelente elección si se quiere cenar bien y a buen precio. Y nada
mejor que completar la cena comprando un helado en una de las heladerías que
hay junto a la Fontana y dando un paseo nocturno.
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