Roma, la ciudad eterna

La mañana fue espléndida. Nos despertamos y emprendimos ruta hacia Roma por la carretera de la costa. Pasamos por Livorno y Civitavecchia y hacia el mediodía llegamos a la ciudad eterna tan anelada. La verdad es que la entrada fue un poco caótica. Mucho tráfico. Finalmente tuvimos la suerte de encontrar aparcamiento gratuito cerca del hotel y allí dejamos el coche durante toda nuestra estancia. El recibimiento en el hotel fue muy bueno, con botella de cava en la habitación, así que no pudimos empezar mejor. Dejamos nuestro equipaje, comimos un bocadillo y... Roma, allá vamos.


Al iniciar los preparativos del viaje hicimos una lista de los lugares que queríamos visitar y nos distribuimos los días para visitarlo todo. Así que esa misma tarde, y siempre a pie, visitamos el Museo Massimo, uno de los museos apuntados en la lista y que, casualmente, estaba cerca del hotel. Este museo, situado junto a la plaza de la República y a la Estación de Termini, es una de las cinco secciones de las que consta el Museo Nacional Romano. El Palazzo se construyó en el siglo XVIII y cuenta con cuatro plantas que albergan obras del siglo II a.C al IV d.C. Entre las obras se exponen gran cantidad de bustos de personajes importantes, monumentos funerarios y mosaicos de la época de la antigua Roma. En el sótano se exhibe una extensa colección de antiguas monedas, así como el único niño momificado que se encontró en la antigua ciudad. Aunque lo mejor del museo se encuentra en la segunda planta, en la que todas las paredes de las salas han sido traídas de varias villas excavadas de Roma y sus alrededores.


Una vez en el exterior, intentamos visitar otra de las secciones del Museo Nacional, 
las termas de Diocleciano, también junto a la plaza de la República, pero con tan mala suerte que se encontraban cerradas. Así que nos dirigimos a la iglesia de Santa Maria de la Vittoria, donde está la famosa escultura en mármol de Bernini, el Éxtasis de Santa Teresa. Me sorprendió mucho que una obra de arte tan elaborada e importante como ésta estuviera expuesta al público sin ningún tipo de protección, al menos, a simple vista. Los creyentes entraban a la iglesia, oraban a su virgen y no prestaban atención a la imagen de Santa Teresa. Puede que porque estaban muy acostumbrados a verla siempre allí y no fuera novedad para ellos. Su belleza, los pliegues del manto tan bien conseguidos, la expresión tan realista del rostro de la virgen, su intensidad dramática, los rayos dorados cayendo hacia ella del cielo. Bernini realmente era el mejor escultor de su época y no me extraña que Roma le rinda homenaje exponiendo casi en cada esquina una obra suya.


Tras salir de Santa Maria de la Vittoria nos dirigimos hacia el Palacio del Quirinal, encontrando en nuestro camino Le Quattro Fontane, situadas en el cruce de dos estrechas calles: la Via delle Quattro Fontane y Via Quirinal. Datan del siglo XVI y cada una contiene una divinidad reclinada: el dios del río Tiber, Arno, Juno y Diana. Pasadas ya las fuentes, llegamos al Palacio del Quirinal, residencia papal hasta 1870 y actual residencia oficial del Presidente del Gobierno italiano. Una vez en el palacio, vemos que frente a él se extiende una gran plaza, en el centro de la cual se alza un obelisco. Bajando las escaleras que hay en uno de los laterales de la plaza se llega a la fuente más famosa de toda Italia, la Fontana di Trevi. Alrededor de la fuente se concentraba multitud de turistas, unos tomando un helado, otros haciendo fotos a sus amigos o familiares, y otros lanzando la mítica moneda al agua prometiendo volver algún día a Roma. Así que, para qué negarlo, allí donde fueres haz lo que vieres, por lo que también lancé mi moneda con la esperanza de repetir el viaje en un futuro. La Fontana estaba muy vigilada por la policía, que no permitía que nadie metiera los pies en el agua para refrescarse. Tocaban su pito al mínimo indicio.

Una vez cumplida la tradición, nos adentramos en una de las múltiples calles que salen desde la fuente y llegamos a una calle comercial muy amplia. En ella encontramos otra fuente, con otra escultura de Bernini, la Fontana del Tritón. Siguiendo otra callejuela damos a parar a la parte superior de las escaleras de la Plaza España, donde se alza la iglesia Trinità dei Monti, actualmente en reformas. Desde allí se goza de unas vistas magníficas de la escalinata y de Roma. La bajamos y en medio de la plaza nos encontramos con otra fuente rodeada de turistas, la Fontana della Barcaccia, una barca medio sumergida en el centro de la fuente, obra también del maestro Bernini. Alrededor de la plaza España están las calles comerciales digamos más pijas de la ciudad, la via Condonotti y la Via Borgognona. En ellas encontramos las tiendas de los diseñadores italianos de más renombre como Gucci, Gianni Versace, Valentino, Giorgio Armani, entre otros.

Una vez ojeados los elevados precios de los artículos y viendo que no podemos darnos el capricho de tener un Versace en nuestro armario, seguimos por la Vía del Babuino, en uno de los laterales de la Plaza España, y llegamos a una gran plaza, poco dada a conocer al turista, la Plaza del Popolo. En medio de esta gran plaza circular se alza otra fuente con un obelisco egipcio en su centro y en uno de sus laterales se alzan dos iglesias, hermanas gemelas por su gran parecido exterior: Santa Maria dei Miracoli y Santa Maria in Montesanto. Junto al otro extremo de estas dos iglesias se alza la Porta del Popolo, y, junto a esta entrada encontramos la iglesia romana de Santa Maria del Popolo, construida durante el Renacimiento y remodelada en el siglo XVII, de mano del arquitecto y escultor Bernini, en su interior se encuentran obras pictóricas de artistas de la talla del Pinturicchio y Caravaggio.


En uno de sus laterales se alza una bonita escalera que da acceso al mirador sobre la plaza y a los Jardines de Pincio en lo alto de la colina, uno de los parques públicos más grandes de Roma.

Tras recorrer la plaza y entrar en la iglesia de Santa María del Popolo, damos media vuelta y tomamos una gran avenida comercial que nos lleva de nuevo dirección a la zona de las boutiques de lujo. En la Plaza Colonna  descubrimos una gran columna, así que nos acercamos y leemos que se trata de la Columna de Marco Aurelio. Detenidos ante ella, observamos sus relieves, que conmemoran las victorias bélicas del emperador sobre las tribus bárbaras del Danubio. Reemprendemos nuestro recorrido por la ciudad eterna adentrándonos por una calle que nos conduce a una nueva plaza, en el centro de la cual se erige otro obelisco de granito,  llamado Obelisco de Montecitorio, traído éste desde Egipto por el emperador Augusto y utilizado en la antigüedad como reloj de sol. Realmente, viendo tantos obeliscos en las plazas me pregunto si habrán dejado en pie alguno en Egipto. Éste en concreto se alza frente al Palacio de Montecitorio, actual Parlamento italiano.

 Desde aquí seguimos andando por las calles del casco viejo y llegamos al gran edificio del Panteón, tan diferente a cualquier otro templo romano. Tanto sus alrededores como su interior está plagado de turistas que miran y admiran este templo y el obelisco que preside la Plaza de la Rotonda. En esta plaza hay gran cantidad de cafés, heladerías y restaurantes que captan al visitante para que descanse tomando un refresco en sus terrazas con vistas. Evidentemente, el refresco o helado te sale a precio de oro, pero el ambiente lo merece.

El Panteón es el templo mejor conservado de la antigua Roma. El pórtico rectangular oculta una gran cúpula hemisférica.  En su interior vemos tanto el gran ojo de la cúpula, por el cual entra la única luz que ilumina su interior, como las sepulturas de Rafael y de los reyes de la Italia moderna, alineadas en el muro del Panteón.  De hecho, la parte central del edificio está totalmente vacía, hecho que hace que el turista sólo pueda admirar el suelo de mármol, que todavía conserva el diseño romano.


De aquí, caminamos por una calle lateral del Panteón que va a parar a la ovalada plaza Navona, antigua pista de carreras de atletismo, en cuyo centro y extremos se alzan tres fuentes. De estas tres fuentes destaca la fuente central, la Fontana dei Quattro Fiumi, diseñada por el célebre Bernini como soporte del obelisco que se alza en su centro. Es una plaza bohemia muy concurrida, similar a lo que en Barcelona sería la Plaza Real, donde los artistas callejeros exponen sus cuadros y los turistas se sientan en las terrazas de los restaurantes a descansar y disfrutar de un refrescante helado o una buena comida.

Después de descansar un poco en un banco de la plaza volvemos al Panteón y por uno de sus laterales vamos a parar a otra plaza con obelisco en su centro. Es el obelisco de Santa Maria sopra Minerva, una escultura muy exótica compuesta por un obelisco y un elefante de mármol,  obra también de Bernini, y llamado así por estar frente a la iglesia del mismo nombre.

Para ser el primer día en Roma no esperaba poder ver tantas plazas y monumentos. De momento el viaje no me está decepcionando en absoluto. Es más, estoy descubriendo mucho más de lo que esperaba. Bueno, pero por hoy ya está bien. Son las nueve de la noche. Hora de volver al hotel y  descansar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario