El día de hoy lo dedicamos a visitar el sur del lago Leman. Queríamos estar en Ginebra sobre las nueve
de la mañana porque no sería nuestra única parada del día. Salimos de Annecy y, tras pasar el control de aduanas, llegamos en menos de una hora a Ginebra
(la distancia es de 41 km).
En la frontera no nos pidieron
pasaporte pero sí tuvimos que pagar la vinyette, un impuesto de circulación que han de pagar todos los
coches por circular por las carreteras suizas. Esta pegatina adhesiva se pega
en la esquina superior izquierda del parabrisas del coche y cuesta 40 francos
suizos (unos 27 euros al cambio). También en la frontera aprovechamos para
cambiar euros por francos suizos.
En Ginebra aparcamos en una zona
azul y salimos a conocer el centro histórico de la ciudad. Comenzamos en el
parque de la Promenade des Bastions (paseo de los Baluartes), en el interior
del cual encontramos la Universidad de Ginebra y el monumento de la Réformation
(monumento a los fundadores de las Iglesias Reformadas), un elevado muro de
piedra de casi 100 metros de longitud levantado en 1917. Este monumento
conmemora los acontecimientos históricos clave del movimiento de la Reforma con
esculturas de sus principales miembros: Farel, Calvino, De Bèze y Knox.
Desde aquí bajamos hacia el casco
antiguo, entramos en la Catedral de Saint-Pierre, pasamos junto al Templo de la
Madeleine y llegamos al Jardin Anglais, el mayor parque de Ginebra, desde donde
contemplamos el famoso Jet d’Eau (géiser) que emerge del Lago Leman y la verdad
es que me quedé decepcionada. Todo el paseo que rodea el lago estaba infectado
de casetas y carpas porque parece ser que habían albergado algún festival
veraniego. Los operarios y transportistas estaban recogiendo todos los tubos y
toldos y el paseo brillaba por su ausencia. Nos acercamos a la barandilla del
lago y pudimos ver el famoso géiser, hacerle una foto y volver de nuevo al
coche para proseguir nuestra ruta.
Durante el paseo no
dejamos de ver continuamente joyerías y boutiques de ropa de conocidos
diseñadores a unos precios imposibles para nuestros pobres bolsillos. Pasamos
por las calles comerciales donde se encuentran las grandes marcas que dan fama
a Ginebra por albergar los negocios de los más grandes joyeros y diseñadores.
En los escaparates se respira glamour y todos los señores que observamos visten
sus mejores trajes de Armani y hablan por sus teléfonos móviles con semblante
serio y acento francés.
Desde Ginebra bordeamos el sur
del lago dirección a Yvoire, un pequeño pueblo medieval fortificado situado
a 27 km, donde comeremos. Nos
sorprendió la falta de control fronterizo en esta pequeña carretera secundaria,
pues Yvoire ya pertenece a territorio francés y no suizo. No parece que les
preocupe mucho que ciudadanos suizos crucen a territorio francés ni a la
inversa, supongo que porque muchos trabajadores suizos residen en esta parte
del lago francesa y se desplazan diariamente a trabajar a Ginebra.
Las vistas del lago desde la
carretera son muy bonitas en los tramos en que se circula realmente paralelo al
agua, que no son muchos la verdad. El resto de la carretera circula entre los
pueblos y no hay carretera próxima al lago debido a que este terreno pertenece
a casas privadas, normalmente de lujo, que cuentan con su propio embarcadero.
Delante mismo de dicha entrada,
en la plaza de la Mairie, se encuentra el punto de información turística.
Entrando cogemos varios folletos y entramos a la villa caminando. Los vehículos
no pueden acceder. Tanto la entrada como las callejuelas empedradas de Yvoire
están decoradas con flores en los balcones de los edificios colindantes. Es un
pueblo tremendamente orientado al turista y a cada paso nos encontramos con
restaurantes, heladerías y pequeñas tiendas artesanales donde los comerciantes
exhiben los productos de la región.
Es la hora de comer, las 12:30 y
resulta muy complicado encontrar una mesa libre. Probamos en todos los
restaurantes, desde creperies hasta restaurantes de comida autóctona y en todos
ellos nos decían que estaban completos. Después de más de tres cuartos de hora
de intentos vanos decidimos comprar un par de bocadillos y sentarnos en un
banco a comer tranquilamente.
Tras la comida seguimos nuestro
paseo por el pueblo, contemplamos desde el exterior su iglesia, la iglesias de
Sant Pancras, construida en el siglo XI pero restaurada varias veces, y su castillo, pasamos junto a la
entrada de Le Labyrinthe- Jardin des Cinq Sens y nos detuvimos a orillas del pequeño puerto deportivo de la
villa con el lago Lemán a nuestros pies.
El siguiente destino en nuestro
itinerario era Evian-les-Bains, ciudad termal mundialmente conocida por su agua mineral. Conserva
bellos edificios de finales del siglo XIX y principios del siglo XX como son
las antiguas Termas, el Casino o el chalet Lumiere, que alberga el
Ayuntamiento. La villa cuenta con un puerto deportivo, una playa de
orillas floridas. Por no hablar de su agradable paseo a orillas del Lemán,
donde podemos dar de comer a los patos que nadan en sus calmadas aguas. Si no
fuera porque es un lago de agua dulce y sé que si
miro el horizonte estoy contemplando la orilla opuesta suiza, no
diferenciaría Evian de ninguna ciudad costera bañada por el mediterráneo. Son
las cuatro de la tarde y en el paseo nos cruzamos mayormente con familias con niños de diferentes
edades sentados bajo la sombra de un árbol o una pareja joven tomando el sol en
una pequeña terraza mientras toma un refresco. Parece que se goza de una
gran calidad de vida y siento una envidia sana porque no me importaría vivir
aquí. Tener una casita junto al lago, con una pequeña barca con la que navegar,
darme un estimulante baño en sus aguas termales y respirar el aire limpio
procedente de las montañas.
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