Hoy amenaza lluvia en toda la región así que vayamos donde vayamos parece que nos mojaremos. Tras mirar las opciones, decidimos acercarnos a la ciudad de Ulm, hacia el norte de nuestro apartamento, ciudad natal de Albert Einstein (1879).
Ya por la tarde, decidimos quedarnos en el pueblo del apartamento. Queríamos pasear por el pueblo y acercarnos a su gran parque para que los niños corrieran y jugaran. Bad Wörishofen es una ciudad termal muy tranquila. Un pueblo dedicado a la salud y la relajación de cuerpo y mente donde el agua es el origen de todo. En apenas diez minutos llegamos al centro del pueblo y encontramos los carteles indicativos al parque. Sus calles son limpias y su gente muy tranquila y amable. Vemos sobre todo gente mayor sentada en sus bancos o paseando por sus calles. Los centros termales son su principal atractivo turístico pero también tiene un parque enorme denominado Kurpark Bad Wörishofen diferente. Un parque muy agradable donde poder hacer diferentes actividades descalzos (hasta 25) para reactivar la circulación sanguínea de los pies. Desde pasear sobre troncos de árboles o saltar las piedras de un arroyo hasta un laberinto por donde pasear descalzo pisando sobre diferentes texturas naturales (piedras de diferentes tamaños, arena, paja..) por su Barfussweg. Un parque diferente, limpio, cuidado y muy entretenido. Caminar descalzo es un ejercicio saludable para los músculos del pie, estimula la circulación, promueve el equilibrio interno y funciona como un masaje natural de reflexología. Toda una experiencia.
Este fin de semana en el pueblo tenía lugar un mercado de comida callejera y nos pareció un buen plan para terminar el día. La entrada era gratuita así que nos quedamos a cenar en el Street Food Markt. En el centro de la plaza habían distribuido varias mesitas de madera para comer y a su alrededor camiones de comida rápida que ofrecían platos de diferentes partes del mundo, desde América Latina a Oriente y bares especializados en preparar todo tipo de cócteles... Todo amenizado por una banda de música autóctona.
Entre los diferentes puestos, nos decidimos por uno dedicado exclusivamente a las hamburguesas que, la verdad, olían estupendamente y acertamos. Pedimos una para cada uno y buscamos un banco donde sentarnos para degustarlas mientras disfrutábamos del ambiente festivo. La verdad es que estaban espectaculares y mi marido no dudó en repetir.
Tras acabarnos las hamburguesas regresamos al apartamento, no sin antes probar la heladería del pueblo, donde pedimos el postre.
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