Situada en la frontera con Alemania, Wissembourg es una pequeña villa llena de encanto y está adornada por infinidad de flores. Llegamos por casualidad. Nuestra intención era dirigirnos directamente a visitar los restos del Fuerte Hackenberg, la instalación más grande de la Ligne Maginot, situada en el territorio de la pequeña ciudad de Veckring, en la Lorena francesa. Pero llegamos temprano. El bunker abre sólo de 14 a 18h, así que hemos de hacer tiempo. Mirando el mapa de la guía michellin, observamos que Wissembourg es un pueblo marcado con dos estrellas, y allí vamos. Lo primero que encontramos en un parque, donde nos quedamos un rato para que Aitor jugara.
La Ligne Maginot fue una línea de
fortificación y defensa construida por Francia a lo largo de su frontera con
Alemania e Italia, después del fin de la Primera Guerra Mudial. La línea fue
construida en varias partes a partir de 1930 por los franceses para defenderse
de un posible ataque alemán, pero nunca se utilizó. Los alemanes la rodearon y
atacaron Francia entrando por la región de Sedán en 1940. Debe su nombre a
André Maginot, Ministro de Guerra francés en la década de los años 20 y
responsable de la creación de otras grandes fortificaciones en la frontera. Y
es que la línea Maginot comprende 108 fuertes principales a 15 km de distancia
entre sí, multitud de pequeños fortines y más de 400 km de galerías y túneles
donde los soldados franceses vigilaban una posible ofensiva alemana hacia
Francia.
Son las 13:30 y en la entrada hay varias
autocaravanas aparcadas esperando la hora de abertura. Cogemos los abrigos y
esperamos frente a la puerta de acero. Hemos de descender 50 metros de
profundidad y la temperatura baja considerablemente hasta los 12ºC.
A las 14:00, puntualmente, abren la puerta.
En la taquilla, una señora nos ofrece una guía en español para que podamos
enterarnos mejor del recorrido subterráneo. Parece que la visita guiada dura
aproximadamente dos horas. Bajamos en ascensor y llegamos a un gran túnel, con
varias vagonetas aparcadas en un lateral y unas vías férreas que se pierden en
el horizonte. Es un túnel larguísimo. En el lado derecho hay una puerta que nos
conduce a las diferentes estancias en las que vivían los soldados franceses a
la espera de entrar en combate (la despensa, la cocina, el comedor, los
dormitorios, las letrinas…). Siguiendo el largo tunel encontramos otras
estancias destinadas propiamente a la vida miliar como la sala de
comunicaciones, la estancia de reuniones, de los cañones, etc. El recorrido
dura un par de horas. No hay un guía, sólo flechas y pequeños carteles
numerados que corresponden con la guía en español que nos ha dado la
taquillera. Es deprimente ver en las condiciones en las que vivían. El frío y
la humedad te cala los huesos. Sólo una tenue luz ilumina el recinto. Y como
sonido, el silencio más absoluto.
Con hora y media tengo suficiente. Aitor
está medio resfriado y este frío no le ayuda, pese a estar abrigado. Subimos de
nuevo en ascensor los 50 metros y salimos de nuevo al cálido exterior.
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